Soy el guapo de la noche porque trabajo en el escaparate del prostíbulo internacional para señoras. Y no me pregunte cual es mi trabajo porque no tengo mucho que contarles: Me paseo con atuendos lujuriosos y a veces en pelotas, de un lado para otro, dentro del escaparate.
Trabajo de las 12 de la noche a las 6 de la mañana. Llego a mi casa a las 7 de la mañana, me preparo un café con leche y me pongo a escribir. Luego duermo hasta las 15 hs; como como una bestia y duermo una siesta prolongada, casi siempre acompañado, hasta las 18,30 h.
Hago ejercicios respiratorios durante ½ hora y después de bañarme y vestirme con la ropa de ir a trabajar, a las 19,30 h ya estoy sentado, escribiendo. También leo mucho, me gusta leer novelas. Leyendo me siento acompañado, en cambio, escribiendo me siento más solo que la una.
Ayer a la noche, dos clientas del prostíbulo, la señora de Follalindo y la señora de Culohondo, me hicieron pasar una noche del demonio. Se asomaron por la puerta de atrás del escaparate junto con la madame del prostíbulo y la madame señalando a las dos mujeres me dijo: “Las señoras quieren pasar un rato contigo”. “Pero ¿por qué conmigo habiendo tantos trabajadores?”
Follalindo: “Porque tú eres el más delicado y el más respetuoso de los trabajadores de esta casa”.
Yo, pensando en voz baja “¿qué perversidad me querrán hacer estas dos viejas?”, me bajé del escaparate y me dirigí a la habitación principal del prostíbulo.
Las señoras comenzaron a desnudarse y cuando estaban en paños menores, yo intenté imitarlas quitándome la chaqueta. Una de ellas me dijo: “No, tú no, tú te quedas vestido y paseas por la habitación”. Y se terminaron de desnudar.
Los cuerpos desnudos sobre la cama de las dos mujeres, que entre las dos sumaban 120 años, se mostraban bellos y esbeltos, “cuerpos bien cuidados”, me dije, “debe ser gente de dinero”. Y como me había detenido para mirarlas, una de ellas me dijo: “puede mirarnos, pero no deje de caminar, queremos que camine como cuando está en el escaparate”.
Comenzaron a acariciarse, cada una su propio cuerpo, con lujuria, sí, pero con una delicadeza tal que me ponían cachondo. Comenzaron a suspirar y entre los suspiros una dijo: “Bueno, bájese los pantalones”.
“Y ahora ¿qué me van a hacer? Pregunté yo con cierta ansiedad.
“Siga caminando, no le vamos a hacer nada, joven, siga caminando.”.
Yo ya estaba empalmado y pregunté: “¿no me la van a chupar?”
“Que no joven, dese la vuelta que vamos a corrernos mirándole el culo.
Trabajo de las 12 de la noche a las 6 de la mañana. Llego a mi casa a las 7 de la mañana, me preparo un café con leche y me pongo a escribir. Luego duermo hasta las 15 hs; como como una bestia y duermo una siesta prolongada, casi siempre acompañado, hasta las 18,30 h.
Hago ejercicios respiratorios durante ½ hora y después de bañarme y vestirme con la ropa de ir a trabajar, a las 19,30 h ya estoy sentado, escribiendo. También leo mucho, me gusta leer novelas. Leyendo me siento acompañado, en cambio, escribiendo me siento más solo que la una.
Ayer a la noche, dos clientas del prostíbulo, la señora de Follalindo y la señora de Culohondo, me hicieron pasar una noche del demonio. Se asomaron por la puerta de atrás del escaparate junto con la madame del prostíbulo y la madame señalando a las dos mujeres me dijo: “Las señoras quieren pasar un rato contigo”. “Pero ¿por qué conmigo habiendo tantos trabajadores?”
Follalindo: “Porque tú eres el más delicado y el más respetuoso de los trabajadores de esta casa”.
Yo, pensando en voz baja “¿qué perversidad me querrán hacer estas dos viejas?”, me bajé del escaparate y me dirigí a la habitación principal del prostíbulo.
Las señoras comenzaron a desnudarse y cuando estaban en paños menores, yo intenté imitarlas quitándome la chaqueta. Una de ellas me dijo: “No, tú no, tú te quedas vestido y paseas por la habitación”. Y se terminaron de desnudar.
Los cuerpos desnudos sobre la cama de las dos mujeres, que entre las dos sumaban 120 años, se mostraban bellos y esbeltos, “cuerpos bien cuidados”, me dije, “debe ser gente de dinero”. Y como me había detenido para mirarlas, una de ellas me dijo: “puede mirarnos, pero no deje de caminar, queremos que camine como cuando está en el escaparate”.
Comenzaron a acariciarse, cada una su propio cuerpo, con lujuria, sí, pero con una delicadeza tal que me ponían cachondo. Comenzaron a suspirar y entre los suspiros una dijo: “Bueno, bájese los pantalones”.
“Y ahora ¿qué me van a hacer? Pregunté yo con cierta ansiedad.
“Siga caminando, no le vamos a hacer nada, joven, siga caminando.”.
Yo ya estaba empalmado y pregunté: “¿no me la van a chupar?”
“Que no joven, dese la vuelta que vamos a corrernos mirándole el culo.
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