Josefina no había tenido nunca demasiados problemas con ese asunto de los hombres. Había tenido sus primeras relaciones sexuales a los diecinueve años. Luego se había casado, había tenido dos hijos que ya estaban en la universidad. Había tenido amantes, en fin, una vida sexual, si se quiere, intensa.
No era, exactamente, follar lo que más le interesaba en ese momento de su vida. Pero Evaristo, algo de ese hombre, le provocaba cosas que ni los embarazos de sus hijos le provocaron.
Algo de la creación me daría ese cuerpo en su contacto, pero, también, era una locura pensar así.
Josefina se había separado de su marido hacía algo más de diez años, y se había casado, en segundas nupcias, con un proyecto social. La Escuela de Psicoanálisis que dirigía el Profesor, su psicoanalista.
Su carrera era brillante, sólo le faltaba el toque mágico de la escritura, que no era que no lo tuviera. Ella pensaba en una inhibición en ese circuito de su alma, y no en una mutilación, y Evaristo era, no porque lo fuera, exactamente, sino que ella lo veía así, el eslabón perdido de sus inhibiciones.
Él prometió, antes de irse, contestarme la carta. Por otra parte, pienso que lo único que yo le he pedido seriamente es que me conteste esa carta, que me diera la posibilidad de ese diálogo por escrito, y sólo habían pasado unas horas y yo ya me lo quería follar.
Me parece, se dijo Josefina, que tengo que aclarar mis ideas. ¿Cómo es que a los cuarenta años no sepa si quiero ser escritora o prostituta?
Hay algo que no entiendo, y eso me pone fuera de mí.
En eso que no entiendo, en eso que no entrego a la circulación, se detiene la vida en mí. Por eso amo a ese hombre, porque me parece que no necesita para vivir tantas tonterías para sobrevivir.
No era, exactamente, follar lo que más le interesaba en ese momento de su vida. Pero Evaristo, algo de ese hombre, le provocaba cosas que ni los embarazos de sus hijos le provocaron.
Algo de la creación me daría ese cuerpo en su contacto, pero, también, era una locura pensar así.
Josefina se había separado de su marido hacía algo más de diez años, y se había casado, en segundas nupcias, con un proyecto social. La Escuela de Psicoanálisis que dirigía el Profesor, su psicoanalista.
Su carrera era brillante, sólo le faltaba el toque mágico de la escritura, que no era que no lo tuviera. Ella pensaba en una inhibición en ese circuito de su alma, y no en una mutilación, y Evaristo era, no porque lo fuera, exactamente, sino que ella lo veía así, el eslabón perdido de sus inhibiciones.
Él prometió, antes de irse, contestarme la carta. Por otra parte, pienso que lo único que yo le he pedido seriamente es que me conteste esa carta, que me diera la posibilidad de ese diálogo por escrito, y sólo habían pasado unas horas y yo ya me lo quería follar.
Me parece, se dijo Josefina, que tengo que aclarar mis ideas. ¿Cómo es que a los cuarenta años no sepa si quiero ser escritora o prostituta?
Hay algo que no entiendo, y eso me pone fuera de mí.
En eso que no entiendo, en eso que no entrego a la circulación, se detiene la vida en mí. Por eso amo a ese hombre, porque me parece que no necesita para vivir tantas tonterías para sobrevivir.
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