martes, 23 de febrero de 2010

Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista. Miguel Oscar Menassa

Querida:

Doctor, sabe una cosa, puedo llegar a ser una escritora genial. Ayer a la tarde le dije a mi marido que me había acostado, perdón por la palabra, con usted, con mi psicoanalista. Y yo, sabe doctor, asombrada, con los ojos abiertos por sus gritos le pregunté, ¿por qué, querido, es más grave que haya sido con mi psicoanalista?

La pregunta detuvo mi corazón, mi pensamiento, la pregunta estaba dirigida a mí. ¿Por qué? , me pregunté yo a mi vez, habría de ser malo hacer el amor con el psicoanalista y entonces le pregunté a Ella, ¿y cómo le fue? Pero si todavía no hemos hecho el amor, doctor, qué me pregunta ¿Cómo le fue? ¿Sintió acaso deseos de morir, deseos de ser otra? No, doctor, usted ya sabe cómo me fue, se lo digo yo, para que usted no se gaste, si hiciéramos el amor a mí, su pequeña reina, me iría mal, yo sólo puedo con mi madre, con Ella en general, con la Muerte, con usted, si fuera capaz de llevarme toda la vida con usted. Pero usted es más que un cobarde, usted es una fruta madura a punto de pudrirse, ya casi no desea y sin embargo este arrebato que siento por usted, pero no, no podría.

Y a usted, doctor, ¿cómo le fue?

Hasta aquí y sin saber del todo por qué, te he complacido más que lo que tu propia salud mental podía soportar, sin sufrir los desequilibrios que en el momento actual te aquejan. Yo he sido tu madre y, ahora, te pasa como a ese niño que la madre tiene en sus brazos hasta los siete años y después lo lleva al médico porque el niño tiene un retraso para caminar. Acepto sin dilación tus reproches a mi trabajo, por no haberme dado cuenta antes de semejante situación entre nosotros, para poder decirte inmediatamente, que en muchas otras oportunidades hablamos estas mismas palabras y quiero recordarte, que tú rechazabas la idea, te ponías muy nerviosa, encendías un canuto y por fin me decías que me dejara de decir tonterías y que si yo seguía trabajando de esa manera tan brutal, no me volverías a pagar nunca más cinco mil pesetas la página.

Hoy no podré llegar hasta el final, hoy será preferible que guarde cierto silencio, ella ya dirá cuando diga.

Señor, Somos las tristes marionetas amordazadas. El tiempo se ha roto, las horas huyen despavoridas unas de otras.

Ha llegado el amor. Los minutos son siglos, usted es el sol, su calor llega a mí desde lejos, cuando estoy enamorada, su luz, me acompaña todo el día y gran parte de la noche en mis sueños, por eso, doctor, yo prefiero odiarlo, alejarme de usted, olvidarlo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Querida:

Tonos de brocato en pieles desmedidas,
espejo donde se recorta el ojo mágico,
espectro de luces y pequeños animales,
entre tus piernas y una loca blancura,
como hacía infinito tiempo nadie veía.


Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista", 1987

viernes, 12 de febrero de 2010

Querida:


En el rosado rozagante espectro

donde el moderno amor se deshilacha

encuentro tu perfume de mujer

y el tiempo es irreal, antigua la mirada.


Y para que no confundas más filete empanado con corazón enamorado, te diré: encanto espectral y diurno, como las espléndidas mariposas de la casa de mi abuela la conchuda. María, la inolvidable María, la de los pelos hondos y los ojos verdes como una lechuga recién nacida.


Huyamos del hambre, veneno cruel, que es simplemente por una locura que escribo. El ruido de la máquina me enorgullece como si fuera una canción famosa que un cantor famoso canta para mí.


Un ruido de lata contra lata, con variaciones de sepulcros abiertos a los gritos nupciales de las babosas cuando cohabitan entre los altos espineles alados. Voy vociferando lentamente mi destino como si mi destino fuera el destino de 1as pobres bestias inmaculadas, que no pudieron todavía hablar con ningún dios que les explicara el misterio de la vida. Como esas pobres bestias amantes de la muerte.


Oh, cuerpos del calor extremo, perfectas mariposas desesperadas, tenues ruiseñores alocados y ciegos, como usted, cantores de los días más espectaculares de nuestro proceso de fracasar, de nuestro gran error .


Yo soy el que se hunde silenciosamente en mí, para que puedas volar.


Ya tenés alas, volá para donde quieras, yo sigo en mi rincón a pan y mate, el resto es triste, lo cantaré a solas cuando tú ya no estés. Querida, quiero que comprendas, ¿cómo decirle a Dios que deje de serlo, cuando ya ha sido amado como tal?


Cuando ella me insulta es porque me pertenece, cuando ella me injuria es cuando más me ama. Está desesperada de amor, por eso me insulta, tiene celos de las letras de la máquina, porque las letras de la máquina tomadas en su conjunto son más que ella.


Alguna vez dirás que escribo porque escribo, y tendrás tus razones. Sin mucho dinero como para que las muertes cotidianas sean más breves o insignificantes, la mejor muerte a mi alcance es morir escribiendo. Se pierden con la escritura las necesidades pequeñas y el hombre escribiendo está hambriento de libertad más que de pan y cuando está hambriento de pan, siempre es algo general, muchos hombres y millones de niños mueren por falta de pan. El que escribe si no lo matan antes, los Estados o los medios de comunicación social, termina amando cosas grandes, praderas inmensas como las palmas del cielo, varios millones de piojos queriendo rescatar el picor que producen, un verdadero ejército de piojosos queriendo rescatar del mundo la mugre que padecen. Y, mientras tanto, una estrella se parte entre los ojos de los amantes.


Y todo es grande para el que escribe, cometas enarbolando banderas invisibles, espacios subterráneos, cárceles abiertas como brazos abiertos.


Velocidades supersónicas donde cada música encuentra su palabra.


El vuelco de los días, querida, ha de ser para adelante, nadie morirá del pasado.


Mis manos vuelcan sobre el papel palabras condenadas a morir en mí. Desarticulado aluvión de nuevas combinaciones para detener la muerte del moribundo.


Sólo tu madre puede más que la muerte.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Querida:

He sabido por tu madre, que te gustaría que antes de fin de año rocemos las aristas del espanto.

Quiero decirte que la familia es un hecho concreto tal, que sin familia, es como una ciudad sin agua. Es imposible vivir sin ella, o se la lleva afuera o se la lleva adentro; quiero decir: ahora, para evitar términos tan sugerentes entre nosotros como adentro y afuera, que la familia está presente en nosotros como forma de modelo ideológico social o bien está consolidada como modelo ideológico inconsciente.

Seré, «Te lo prometo» antes del acontecimiento, entre nosotros, del verbo enamorado, el arrebato perfecto de una mirada. Tu madre enamorada, encandilada por tu belleza, enajenada de poder transformarte según su algarabía, en su falta, su hombre, su deseo o, peor todavía, su envidia, su desprecio, su lejanía.

Antes de fin de año, mi pequeña, quiero hacerle saber, que ya no volveremos a estar los dos a solas. El tiempo, para entonces, habrá partido nuestra razón de ser. Un pozo de silencio, el tiempo, entre nosotros, mi deseo, arrancándola brutalmente de mis brazos, empobrecidos ahora, por su ausencia. Aleja su mirada de mi mirada, empobrecida ahora por su lejanía y estrella tu mirada, querida, contra lo que no habrá en tu aurora, ni aún después de los grandes acontecimientos. Contra lo que no podrá ser tu forma, ni, aún después, de las más bellas poesías.

Mutilado porque mi cuerpo es otro que tu cuerpo, desprestigiado, incluso, para tu mirada detenida por el horror de mi ser, impotente de ser mi cuerpo y mi palabra, mi forma y mi sentido. Tu mirada helada, en un rincón del alma, para siempre.

Por el horror de mi ser, impotente de ser, exactamente, tu imagen deshilachada en el espejo negro de la muerte. En el espejo muerto del negro silencio. En el silencio muerto y negro en el espejo. En el silencioso espejismo negro de la muerte, donde tus caderas comienzan a bailar al ritmo de macumba.

Negra de magia, abierta. silenciosa, al sonido espectral de los tambores, delicada y altiva, como una rosa entreabierta puesta en su lugar. Insolente, enamorada de ti misma y, todavía, antes de desear, te abrazas a la muerte para no morir nunca ¡CONDENADA! Tu silencio es negro. Tu silencio es la señal que te quedó en el cuerpo de aquel abrazo con la muerte, para no morir nunca, para nunca desear, para nunca ser otra que tu voz.

Y no queriendo llegar muy dejos o, por el contrario. quiero decirte, que ponerte a llorar, enfermarte gravemente o enamorarte de algún desconocido, no te servirá de mucho, a menos que puedas entender, que tus resistencias, cuando lo nuestro se trata, simplemente, de una conversación, siempre son exageradas.

Recuerdo que la primera vez que me animé a decirte, rodeado de precauciones, que era bonito conversar contigo, te pusiste a llorar al estilo de las lloronas sicilianas, interrumpiste el encuentro antes de tiempo e intentando pegarme con la cartera en la cabeza (golpe que esquivé con un paso atrás y un directo a la mandíbula) me dijiste con rabia: Usted es un desgraciado.

Al otro día volviste encandilada por la posibilidad de poder sentir y expresar esos sentimientos.

Mientras te desnudabas, pedías perdón por lo del día anterior y tus manos al borde del silencio me dijiste: Usted es un hijo de puta. No sé por qué se lo digo. Pero me hace bien que sufra, sépalo. Soy la peor de todas, tengo sarna. Voy por la vida enarbolando mi fracaso, su fracaso, doctor, ¿se da cuenta? Conmigo no puede nadie. Yo soy la flema ardiente del deseo y no sigo adelante porque tengo miedo que usted me aumente los honorarios.

domingo, 7 de febrero de 2010

Querida: Un año más, qué importa, como vino se irá

Este año publicaré varios libros.

Tengo que tener una ambición que se aleje de mí, algo que puesto en el mundo pueda interesarme lo suficiente como para beber la última copa, bailar el último vals y ponerme a trabajar como un condenado.

Fumo, sin saber que lo hago, y el humo me lleva por caminos siempre indeterminados. Me entretengo en las volutas de humo y cuando escribo, aún, el humo tiembla delante de mis ojos como si fuera una mujer enamorada.

Fumo, otra vez, y una vez más sin darme cuenta, para dejar
pasar las horas, para darle tiempo a las palabras que se deseen
entre sí de una manera brutal.

Un verso de esos que la humanidad guarda para siempre.
Que lo brutal no sea el verso sino su permanencia.
Nadie era dueño de sí cuando nos mirábamos.


Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante joven loca poeta psicoanalista

viernes, 5 de febrero de 2010

Querida:


Después de aquel encuentro donde le confesé que era ciego, Ella, llegaba, siempre, diez minutos tarde y un día me dijo: ¿ Vió que, siempre, llego diez minutos tarde? Es porque no quiero psicoanalizarme más con Usted. Mire, le di muchas vueltas al asunto y no lo puedo soportar. Hay algo en su ceguera que yo no puedo tolerar. Si usted es ciego... quiere decir, que cuando yo le digo, por ejemplo: Hoy estoy hermosa, usted no tiene como constatarlo y, eso, es terrible. Cuando le digo que estoy fea, usted no puede decirme: Pero no, querida, usted es hermosa. Y sabe por qué no puede, porque usted nunca me vió. ¡Qué terrible! ¡Qué terrible!

A mí, el problema, así como lo planteaba Ella, nunca se me había ocurrido planteármelo. Así, que si la intención de Ella era sorprenderme, esta vez lo había conseguido en profundidad.

Preferí quedarme callado, esperando sus próximas palabras. Ella no me dijo nada, pero lo pensó: Mejor me quedo callada y espero a ver qué opina el doctor.


Así nos quedamos en silencio durante diez años.

Cuando Ello volvió a hablar fue para decirme entre enojada, y feliz, ¡Como me
engaño, doctor! usted nunca fue ciego.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista"

miércoles, 3 de febrero de 2010

Querida:

Entregado a un destino que me depara lo mejor, lo más grande, te escribo, para que no pienses que riquezas y famas, me han separado de ti, oh, diosa de los encantamientos más puros; espejismo todo real.

Te llamo querida, porque así han de saber que te amo. Y nadie andará diciendo por ahí, que nuestra relación fue vana o que nuestros besos no eran lo más puro del amor. Y si hundo mis manos en tu vientre es para definir la situación con mayor claridad. El hombre vuelve a la tierra y en la tierra se consumen miles de historias que no han sido publicadas. Por eso te escribo para que la serpiente de la duda anide para siempre en nuestros corazones. Un poema para que nuestros cuerpos sean inmortales en ese silencio del amor, o un gran amor, tal, que alguna vez inmortalice algún poema.

Oh, querida, querida, cuántas veces me desmoroné en tus labios. A veces llevado simplemente por las horas del día, cala sobre vos, amada desde grandes alturas siempre en el medio preciso de una frase. Sin saber lo que quería decir, todavía, pero intuyendo de sesgo, algún final.

Siempre me faltaban palabras, siempre había algo indecible entre nosotros. No era el sexo, sino la historia sangrante y cruel que lo hace cantar. No eran de carne nuestras historias. Aunque se grabaran sobre nuestro cuerpo.

Cuando amanecía tus brazos se quebraban sobre la lluvia y un llanto infinito nos acogía para morir. Cuando amanecía, la luz hacía trizas nuestra soledad.

Miguel Oscar Menassa
De "Poemas y cartas a mi amante loca joven poeta psicoanalista"