lunes, 28 de septiembre de 2009

PARA QUE ALGO NAZCA, ALGO TIENE DE DEJAR DE VIVIR O LA NUEVA LEY DE EXTRANJERÍA

Ahora a crecer, que quiere decir:
entrenarse con voluntad fecunda
para poder dentro de unos años
saber vivir, amar en otro mundo.

Ahora a crecer,
a desviar nuestros principios,
a encarcelar nuestras pasiones,
hacerlas llevaderas y si un día,
siento una pulsación extraña
que al liberarme me condena,
diré que no, mil veces no.

Ahora a crecer,
a comprender el valor del dinero.
El dinero puede, cuando quiere,
de un solo golpe,
aniquilar toda virtud,
preñar la nada,
embellecer con flores el desierto
y hacer del hombre y de la piedra
dos amantes perfectos.

Ahora a crecer,
a dejarse llevar por el contrato.
Conocer a fondo nuestros sentimientos
para abandonarlos.

No poner nunca de excusa,
en el trabajo, un amor,
porque me quitarán el amor
y no me darán ningún dinero.

Ahora a crecer,
que quiere decir ahora a descansar.
No me fue posible encontrar nada en ningún sitio
ni amores, ni ventajas, ni pan, ni soledad
por eso me condeno a escribir un poema.

Un poema de un hombre
que ya lo tuvo todo
y desea soñar.
Un poema de un hombre
que sueña todo el día
pero no puede amar.
O la historia de un hombre
que trabajando duro 20 años
pudo al fin veranear.
o aquel hombre que amaba
sólo a su madre y que tuvo
un trágico accidente en el mar.

Hombres valientes,
hombres de acero firme,
combatientes,
en las calles de la ciudad,
todos contra todos.

Yo soy un hombre
y escribo con violencia.
A veces termino sabiendo
cosas que nunca viví.
Otras, me doy cuenta, vivo vidas
que nunca imaginé.

Soy elegante y voy vestido de palabras,
al mismo tiempo deseo y me desean
y eso me da coraje para seguir en el poema.
Me hacen sentir que escribo para el mundo.

Digo violeta, pongo violeta aquí
y el horizonte se tiñe de violencia.
Digo violencia, pongo violencia aquí
y un hombre arranca sus genitales
y los ofrece a Dios.

O bien, una mujer le dice al hombre,
¡mátame! por favor,
y él la mata con cierto nerviosismo
y la mujer, complacida,
goza mientras se muere.
Al hombre
lo meten en la cárcel 30 años
y cuando lo liberan
una luz lo enceguece
y muere atropellado y ciego
por un niño andando en bicicleta.

Un hombre, una mujer chocan en la vida
y se llevan por delante como bestias
y se sonríen, cálidamente y se abrazan
antes de caer.
Ese abrazarse, mutuamente, los salva.

Después sus vidas se llenan de papeles,
papeles de nacer, de haber nacido
en un país, un pueblo.
Papeles que confirmen
que padre y madre hicieron el amor.
papeles que me digan
que soy un hombre aquí.

Aquí, en este papel, se dice claramente
que este hombre que soy
nació de humanos seres
y el papel asegura,
con la fuerza de la palabra escrita,
que en el momento de la foto,
este hombre que soy, estaba vivo.

Vengan a mí, que tengo para daros nada.
nada de nada tiene el extranjero, nada
y, sin embargo, tiene un verso en los ojos:

Rueda la vida, rueda y, también, se detiene.

Aquí están, mi vida, mis hijos, mi dinero
mi trabajo futuro, todos mis amores.
Al menos dadme un papel que diga:
El extranjero Juan no tiene nada,
todo lo dio por un papel.

No tengo nada, ni dignidad me queda,
al menos un papel que diga que he vivido.

Éste fue Juan, nació de padre y madre
fue, exactamente, un hombre
pero vivía como un perro, sin amor y sin dueño.
Al morir, también, le fracasaron los papeles
y nadie se dio cuenta de su muerte.
”No estaba”, “no venía”, “lo habrían contratado”
pero nadie podía pensar que había muerto.

papeles, dadme papeles,
soy la mujer del valle donde la radiación
se comía, vorazmente, a los pájaros,
tengo en mi cuerpo marcas de la explosión.
Los salvajes carros de la guerra al alba
atravesaron nuestro cuerpo.
Ni alma nos dejaron.

Fuimos quemadas vivas y, sin embargo,
en mi cuerpo aún brilla,
la caricia del amado al partir.
Tengo los labios rotos por la sal de la vida
y, sin embargo, cuando vuelve,
dulce es el beso del amado
aunque vuelva a partir.

Cristos y deidades al pasar por mi pueblo
no encontraban consuelo al ver lo que pasaba.
Caín, el asesino, estaba vivo
y Abel de sueños era, inalcanzable.

En mi pueblo se violaban las vírgenes
para no contraer enfermedad
y ataban a los niños de la cintura para abajo
para que no pudieran, los pobres, caminar.
Y cuando no había pan o carne o gasolina
se mataba algún pobre, alguna puta.
Y hubo noches, en mi pueblo: la tierra,
que se llamaron las noches de las bombas
donde nos acostábamos uno encima del otro
para que los de abajo no murieran.

Y después hubo horrores que se olvidan,
horrores donde toda la culpa
la tenía Dios.

MIGUEL OSCAR MENASSA

"La nueva ley de extranjería" de Miguel Oscar Menassa

sábado, 26 de septiembre de 2009

"La cumparsita" por Miguel Oscar Menassa, en la Guitarra Guido Briscioli

"La cumparsita"
por Miguel Oscar Menassa,
en la guitarra Guido Briscioli

"Llanto del fin del mundo"
de Alejandra Menassa
por Alejandra y Manuel Menassa

jueves, 20 de agosto de 2009

jueves, 6 de agosto de 2009

"Laila"



La Escuela de Psicoanálisis y Poesía Grupo Cero
para homenajearla antes de su partida
ha organizado un recital de poesía
en el que participarán los integrantes
de los Talleres de Poesía Grupo Cero.

El próximo viernes, 7 de agosto de 2009, a las 20.30h


Lugar: GRUPO CERO - c/ Duque de Osuna, 4 - 28015 Madrid
(Metro Plaza de España)


- Entrada libre -

martes, 14 de julio de 2009

Recital de poesía de la poeta argentina Norma Menassa. Colegio Mayor Argentino Nuestra Señora de Lujan. Domingo 19 de julio a las 19 h.


NO ESTÉS TRISTE

No estés triste,
camina por las calles hasta la esquina del café aquel
donde cedí la autoría de mis versos
a las tablas teñidas de ocres vespertinos
que miraban nacer lo inexistente.

Estabas en esa época a veces como ahora, sin saber testigo de qué historia, que participación en que argumento, qué piernas, qué cabellos, que futuro inflaría las velas, en qué puertos.
Pero la travesía continuaba con la intención de la mas bella calma, desprovista de inimaginables incidentes.

No dejes de andar y saluda sin temor a los desesperados soñadores
que salieron como tú a buscar sus propios pasos,
con esas caras de hoy,
donde nadie se atrevería a buscar un parentesco.

Recorre esos caminos transitables donde grabaste con el peso de tu cuerpo los días de tu vida, esos sin pensamientos coherentes, mas bien un halo blanco de cielos estrellados, recordando el eterno manuscrito.

No vuelvas sobre las estaciones subterráneas a buscar el azufre desprendido del carbón mineral anticipando las ligaduras venenosas de valencias perdidas en el tiempo.

Recuerda algún poema, ése que recitabas de estudiante, aquel que quedó eternizando la memoria del joven del Liceo, que sufría de amor para hacer fuerte al alma, llenándola de vientos calientes y rabiosos como tigres.

Después..., ¿te gusta la ironía?, o prefieres reírte de ti mismo con la simpleza de una carcajada que escupió su cuchillo y liberó los dientes apretados.
La tristeza es cosa de mañana,
hoy estoy detrás de la mesa, de la silla, espero frente a la lejanía tu presencia, tal vez quieras acompañarme por un rato.


NORMA MENASSA
Argentina, 1938

sábado, 4 de julio de 2009

Recital de poesía de Norma Menassa. Colegio Mayor Argentino "Nuestra Señora de Luján" el 19 de julio de 2009 a las 19 h

¿DORMÍAS?

¿Dormías anoche con el ruido de la lluvia sobre los techos
marcando compases ciudadanos?
Yo presa de algún relámpago estaba dispuesta a estremecerme,
como si una lluvia de cenizas estuviese imprimiendo
con finos caracteres sobre mi piel el mensaje de ayer,
dejado por el último pájaro de la tarde.

Escuchaba cómo la tormenta
multiplicaba la carrera de nuestros pasos
huyendo del lecho vacío hacia la calle,
a buscar en medio de la noche el exilio prometido
después de cada encuentro.
Ningún clavel colgando de los labios,
sólo la boca como una sal sedienta,
incubando el fermento de los arrabales.
Ningún grito de mujer en esas piedras imperfectas
con hierros olvidados brillando en paralelas curvas,
donde la vuelta de la esquina marcaba algún destino.
Ningún gemido recordando la fugacidad de la estrella
que caía del cielo y se apagaba antes del parpadeo,
donde el deseo ni podía nombrarse pero allí estaba,
tensando dentro de la escena.

En vano desplazaba la tormenta los márgenes de ausencia
de aquellos que dormían juntando su desaparición
en el frescor de un abismo imaginado,
que poseía puertas que daban al futuro, a la mañana.

El emisario de la noche tenía encomendado
dejar los velos necesarios y la consigna
de encontrar la fuente donde lavar la roca impenetrable
que alzara una vez más el rostro hacia la nada.

En el pregón del agua algún poema encontrará
su desnudez de virgen entregada,
y se abrirá como una rosa con olor a tu carne de insomne
visitada por la espuma extranjera de alguna vocal equivocada.
La noche ofendida danzará
haciendo mil cabriolas al inicio del verso,
escribiendo un ritmo de arrebatos,
frente a la impaciencia del renglón
que espera la altiva confidencia susurrada en las sombras.

Mañana te escucharé contando un sueño
y las altas pasiones serán la fuerza oculta de tu canto,
si es cierto que anoche te dormiste después de despedirnos,
mientras tronaba el cielo visiones irritantes.

lunes, 29 de junio de 2009

"Una buena sesión de cine" por Helena Trujillo desde Málaga

Motivada por una atroz crítica publicada el pasado domingo en el Diario El País, decidí no esperar ni un momento para ver la última película de Coppola, “Tetro”, una cinta de la que nada había oído hablar hasta entonces, que sólo había conocido por los carteles que están estos días en los kioskos. El crítico de turno ponía a caldo esta última producción del gran director. Con sutil palabrería llegó a llamarle “viejo chocho” y a invitarle a retirarse del mundo cinematográfico.
Animé a unos cuantos amigos que tampoco estaban seguros de lo que nos íbamos a encontrar¿una buena o mala película? No todo van a ser tiros y carreras de coches, vampiros y magos. El buen cine se define por cuidar la historia y los personajes, por transmitir valores humanos, por llegar al mismo centro de nuestro corazón. Nos sentamos frente a la pantalla y comenzó la sesión.
Sorprendía ver una película en blanco y negro. Nos fuimos metiendo en ella, sin decaer ni un solo instante. La cinta, de cuidada fotografía y una banda sonora muy acorde con el desarrollo, nos adentraba en la vida más íntima de sus personajes. Una vida familiar difícil, las mentiras, la locura, teñían la historia de misterio que no es desvelado hasta el compás final. Los actores realizan un fantástico trabajo, tanto Maribel Verdú, como Vincent Gallo y el joven y atractivo Alden Ehrenreich. Es una producción que recuerda a los clásicos, directores fieles a su propio estilo que cuidan su obra y no al espectador. Ciertas escenas surrealistas, algún que otro personaje extravagante dan fe de ello. El director goza con su producción, y con ello, nos hace gozar a nosotros.
Una historia en la que se dejan de lado el exceso de sexo, amor, violencia, dinero, corrupción, tan presentes en las producciones actuales. El ritmo lo marca la propia narración, las conversaciones entre los personajes, la trama que se desteje para dar sentido a los hechos. Una película para mentes despiertas, que anhelan un cine comprometido que huya del entretenimiento barato. Críticos e insulsos, abstenerse de ver una obra sincera y pura como Tetro.


Helena Trujillo
Psicoanalista
www.htpsicoanalisis.com

martes, 16 de junio de 2009

Televisión Grupo Cero. Martes a las 20h "Los poderosos preguntan"

Los martes a las 20.00 h (hora española) los poderosos preguntan y Menassa responde.

Televisión Grupo Cero

Para poder verlo hay que acceder a la siguiente dirección:

www.helloworld.com/grupocero. Una vez en la página hay que pinchar donde pone Live! (situado arriba, a la derecha de la página)
Una vez que se abre pulsar Play.

sábado, 30 de mayo de 2009

Miguel Oscar Menassa me ha invitado a un recital esta tarde a las 8

RECITAL POÉTICO MUSICAL
Miguel Oscar Menassa
Sábado 30 de mayo de 2009 a las 20 h
Auditorio Municipal de Camarma de Esteruelas.
Edificio Multifuncional. C/ Daganzo, 2
Entrada por lateral (Calle Soledad)
ENTRADA LIBRE

Para poder verlo hay que acceder a la siguiente dirección:
www.helloworld.com/grupocero.
Una vez en la página hay que pinchar donde pone Live!
(situado arriba, a la derecha de la página)
Una vez que se abre pulsar Play

jueves, 21 de mayo de 2009

Relato veintiseis.¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...

-¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...
-Muy bonito -contestó el Master señalando el pasillo que daba a su consulta.
Ella, después que el Master hubiera cerrado la puerta de la consulta, y estando ya sentada en el diván, preguntó:
-¿Me tumbo?
-¿Y a mí qué me pregunta? -dijo el Master, haciendo con la manos como hacen los italianos en estas situaciones.
-Le pregunto si me tumbo -repitió Emilse, desconcertada, como si hubiera que entender algo.
-Ahhh -dijo el Master, y se quedó en silencio.
-Ayer -balbuceó Emilse-, antes de irse de casa de Josefina, me dio un beso, ¿recuerda ... ? Bueno, entonces yo pensé que a lo mejor era mejor no tumbarme hoy, pero ya veo que son tonterías.
-¿Y usted qué hubiera preferido -le dijo el Master-, acaso que le diera un cachetazo ahí delante de toda la gente? A mí me pareció más sincero darle un beso, pero si usted no quiere deberme nada, hoy, cuando se vaya, puede devolverme el beso y así quedamos a mano.
Emilse se tumbó en el diván, y luego de un silencio no muy prolongado dijo:
-Si usted, lo del beso, lo plantea así, entonces prefiero deberle ese beso, para una mejor ocasión...
Para cuando usted esté menos distante de mí, para cuando usted sea más cordial conmigo, para cuando usted me ame, entonces le devolveré el beso.
-Continuamos la próxima -dijo tranquilamente el Master.
-¿Y ahora qué le hice? -protestó Emilse sin incorporarse.
-Nada, por eso podemos continuar la próxima -respondió el Master con una sonrisa.
Él la acompañó por el pasillo caminando detrás de ella hasta la puerta, se despidieron con un movimiento de cabeza y Emilse sonrió en el saludo.
El Master volvió a la silla del ordenador y escribió:
Una corriente de humo negro siempre atraviesa las entrañas del sujeto.
Todo es posible, siempre. Y de eso no se cura nadie.
Una comida sin sal es sosa.
Con sal está bien.
Con más está salada.
Y con mucha sal está incomible.
¿Hay una medida?, me pregunto, ¿hay una medida que mide la humanidad?
No puedo creerlo, pero actualmente la gente vive creyendo que una medida los mide como humanos.
Nadie es en estas épocas del mundo.
Todo es, un deber ser, insostenible.


Relato veintiseis.¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...

-¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...
-Muy bonito -contestó el Master señalando el pasillo que daba a su consulta.
Ella, después que el Master hubiera cerrado la puerta de la consulta, y estando ya sentada en el diván, preguntó:
-¿Me tumbo?
-¿Y a mí qué me pregunta? -dijo el Master, haciendo con la manos como hacen los italianos en estas situaciones.
-Le pregunto si me tumbo -repitió Emilse, desconcertada, como si hubiera que entender algo.
-Ahhh -dijo el Master, y se quedó en silencio.
-Ayer -balbuceó Emilse-, antes de irse de casa de Josefina, me dio un beso, ¿recuerda ... ? Bueno, entonces yo pensé que a lo mejor era mejor no tumbarme hoy, pero ya veo que son tonterías.
-¿Y usted qué hubiera preferido -le dijo el Master-, acaso que le diera un cachetazo ahí delante de toda la gente? A mí me pareció más sincero darle un beso, pero si usted no quiere deberme nada, hoy, cuando se vaya, puede devolverme el beso y así quedamos a mano.
Emilse se tumbó en el diván, y luego de un silencio no muy prolongado dijo:
-Si usted, lo del beso, lo plantea así, entonces prefiero deberle ese beso, para una mejor ocasión...
Para cuando usted esté menos distante de mí, para cuando usted sea más cordial conmigo, para cuando usted me ame, entonces le devolveré el beso.
-Continuamos la próxima -dijo tranquilamente el Master.
-¿Y ahora qué le hice? -protestó Emilse sin incorporarse.
-Nada, por eso podemos continuar la próxima -respondió el Master con una sonrisa.
Él la acompañó por el pasillo caminando detrás de ella hasta la puerta, se despidieron con un movimiento de cabeza y Emilse sonrió en el saludo.
El Master volvió a la silla del ordenador y escribió:
Una corriente de humo negro siempre atraviesa las entrañas del sujeto.
Todo es posible, siempre. Y de eso no se cura nadie.
Una comida sin sal es sosa.
Con sal está bien.
Con más está salada.
Y con mucha sal está incomible.
¿Hay una medida?, me pregunto, ¿hay una medida que mide la humanidad?
No puedo creerlo, pero actualmente la gente vive creyendo que una medida los mide como humanos.
Nadie es en estas épocas del mundo.
Todo es, un deber ser, insostenible.


sábado, 16 de mayo de 2009

Relato veinticinco. Se llegó hasta la librería del salón y cogió al azar dos libros.

Se llegó hasta la librería del salón y cogió al azar dos libros, el primero no llegó a saber de quién se trataba, en el segundo se detuvo el tiempo suficiente para saber que era un libro de Borges, siete conferencias dictadas un poco antes de morirse, algo sustancial para el hombre, se dijo, pero en verdad no pudo leer sino las dos primeras páginas, dejó el libro y volvió al ordenador, y escribió:
Páginas vibrantes habrán de escribirse para decir quién soy, pero yo no seré.
¡Cuántas veces quise vengarme de todos, no escribiendo nunca más ni una sola palabra! Pero, después, no puedo.
Hay algo en mí que no me pertenece, algo que ya no puedo controlar. Eso que no me pertenece y no soy es lo que sigue escribiendo cuando yo ya quisiera morir o cosa parecida.
Pero un niño no puede morir, se dijo el Master, y eso le volvió a dar una risa de no poder más, dejó la silla del ordenador y se fue tosiendo y riendo hasta el baño, y se mojó la cara, se peinó, se puso los pantalones, se abrochó la camisa dejando sin abrochar sólo el botón del cuello.
Cuando se miró en el espejo a ver cómo quedaba otra vez vestido de médico y se vió la cara un poco colorada, se dijo.
-Espero no morir un día de hipertensión como un viejo boludo.
Después se puso la chaqueta de cuero que lo hacía alto y delgado, y se sentó a esperar. En unos minutos llegaría su primera paciente del día, ya que las cartas y todo eso él lo hacía a la mañana, antes de comenzar a trabajar.
Escribir en realidad pertenecía más al mundo de sus sueños, emparentado con la noche, que a su realidad material.
Cuando sonó el timbre él ya lo sabía, fue hasta la puerta, la abrió y devolvió con un leve movimiento de cabeza el saludo cordial de su paciente.

viernes, 15 de mayo de 2009

Relato veinticuatro. El Master cerró la carta y se quedó un tiempo sin hacer nada.

El Master
El Master cerró la carta y se quedó un tiempo sin hacer nada; después, con parsimonia, lió un porro al estilo de Evaristo, que se podía suponer por las edades que tenían cada uno que Evaristo aprendió a liar del Master. Cuando terminó de liar fumó, sin pensar en nada, calada tras calada, hasta terminar el porro, apagó la colilla y se dijo en voz alta, como cuando daba sus conferencias para más de 100 personas.
Crecer es inaudito, y comenzó a reír de tal manera que si en ese momento lo hubiera visto alguno de sus pacientes hubiera pensado que él también estaba un poco loco.
Como un niño, decía sin parar de reír, que parecía que lo estaban matando.
Un niño, un niño, ¿qué es lo que puede tener un niño? Bueno, un niño puede tener un poco de caca, un poco de moco, un poco de leche, algunos caramelos y muy poco dinero, y esto lo hacía reír aún más fuerte.
Sin dejar de reír se sacó los pantalones aprovechando que estaba solo en casa, y que él otras veces lo había dicho, se escribe con mayor libertad en calzoncillos, después desabrochó los botones de su camisa, partiendo desde arriba, desde el botón del cuello, hasta el cuarto botón, y así, disfrazado de joven descamisado en calzoncillos, fue hasta el baño para mirarse en el espejo, y se vio tan joven que prácticamente exclamó:
-¡Y quién va a creer que yo tengo 65 años!
¡Con esta piel! Y pasó su mano por el centro de su pecho y, claro, sintió, que su piel era suave y sin arrugas.
Sólo su barba entrecana era su edad, el resto no se sabía nunca a quién correspondía, él lo sabía, y eso había sido casi su perdición. Estaba cansado ahora de tanta belleza, tanta alegría producida a su alrededor a causa de la característica de su piel, cansado de tanta creación y tan poco dinero.
Todo a su lado rejuvenecía y, claro, a la gente le terminaba gustando más rejuvenecer que trabajar para ganar algún dinero o llevar adelante alguna relación social que, al fin y al cabo, todas ellas traen preocupaciones y el consiguiente envejecimiento.
El ya estaba harto de esta situación, y para demostrarlo se agarró los huevos, mejor dicho, todo el paquete genital, y le hizo hasta seis señas al espacio.
Su vida hasta aquí había sido sus versos, era capaz de cualquier humillación con tal que le dejaran escribir sus versos, pero también estaba cansado de eso.

martes, 12 de mayo de 2009

Relato veintitres. Querida Jefa de nuestro jardín más bello

Querida Jefa de nuestro jardín más bello:
Hoy es un día especial, esos días que me alegro que vos estés en Buenos Aires, porque eso quiere decir que yo algún día podré ir a Buenos Aires.
Aquí, en Madrid, dos veces por día, me hacen sentir que algo me quitan o algo no me dan por ser argentino. Lo que quiere decir que aquí, en España, los argentinos pagamos diezmo.
De cualquier manera sé, por vuestras cartas, que es casi imposible vivir en Buenos Aires, aunque en Buenos Aires, por ahí, es bueno ser argentino.
Estoy preocupado en encontrar caminos del pensamiento que me permitan transformar este estado de cosas que por ser argentino, mejor dicho, por haberlo sido, no me dejarán en España nada, casi nada grande.
Sin embargo, pienso que deberían existir caminos más sencillos para hacer que algunos cuantos versos tengan una vida duradera y puedan viajar por todo el mundo posible.
Hoy estoy verdaderamente raro, inquieto, como si algo malo, muy malo, estuviera ocurriendo.
Hay días que me siento rodeado por las enfermedades, la locura, la muerte. Pero esta vez es todo muy distinto, ¿y sabes por qué? Porque ahora tengo unos dineros en mi cuenta bancaria, y ese dinerillo en el banco es lo único de mí que no puede matar nadie, ni siquiera los españoles. Ese dinero en el banco, después de los ataques, la injurias y los infinitos obstáculos salvados, es mi cuerpo, el cuerpo sobre el cual, luego, vuelve a crecer mi alma.
Mi poesía, aunque llegara a ser la mejor, que eso ya es muy complicado, nunca será bien concebida aquí, en España. Mi personalidad no va para este pueblo. La dimensión de mi voz más que conmoverles les aturde, les enceguece en mi contra.
Algunos españoles, por mi poesía, han llegado a tomársela con mi persona, ¿entiendes?
Por eso hoy me da alegría escribirte una carta sabiendo que vives en Buenos Aires y que, algún día, las cosas podrían girar de tal manera que yo aparezca viviendo en Buenos Aires y que todo este infierno actual será pasado o escritura. Y no como ahora, que es vida cotidiana imposible. Falta presente.
Mientras miro la televisión, enciendo un cigarrillo para fumármelo tranquilamente y pienso que con el correr de las horas alcanzaré mejores formas, alguna otra manera de mirar lo mismo.
Que el número 4 de los fascículos de Poesía y Psicoanálisis lleve la publicidad del diario PÁGINA 12 me parece sensacional.
Eso que está pasando en Buenos Aires con nuestros libros también es mi cuerpo.
Como ves, un pedacito de mi cuerpo en el dinerillo que tengo en el banco, y otro pedacito en la distribución de nuestros libros en Buenos Aires, es decir, en tus manos.
Me despido, por ahora, con un fuerte abrazo.

domingo, 10 de mayo de 2009

Relato veintidos.

Ricardo no dejaba de tocar y cantaba ahora la Traviata con mucho sentimiento.
Ella se acercó al piano y se sentó encima del teclado, en el movimiento perdió la camisa y Ricardo no tuvo más reme-dio que ver esos pechos suyos, tan serenos, tan redondos, tan bien puestos en una mujer de su edad, y dejó de cantar para coger la camisa de Josefina del piso y colocársela de nuevo sobre los hombros.
Apretó suavemente sus manos en los dos hombros de Josefina y ella se dejó hacer, pero parecía menos decidida ahora a hacer el amor con Ricardo que cuando había entrado en el salón.
El salón le traía recuerdos de la noche.
Ricardo percibió algo inconsciente en ella, y le dijo:
—Entre los indios solíamos dormir juntos no para follar, sino simplemente para hacernos compañía. Y no es que yo sea exactamente un indio, pero si tú quieres, podemos dormir juntos.
La manera de proponérselo excitó a Josefina, que nunca terminaba de saber qué era lo que la excitaba de los hombres, del otro estaba loca por su escritura, el Profesor la volvía loca con sus palabras, y ahora éste la excitaba no tanto por la propuesta de dormir juntos, sino por la retórica de la propuesta.
De cualquier manera, ese no era momento para reflexionar lo que le pasaba con los hombres justo ahora que le estaba pasando, y prefirió dar ese paso atrás que él le pedía y, entonces, le dijo:
—Ven, vayamos al dormitorio, que estaremos más cómodos.
Ricardo se sentó sobre sus piernas al lado de la cama, ella se tumbó, literalmente, en la cama, dio suspiros, tres o cuatro, y dijo en voz alta, no tanto para Ricardo, sino para Evaristo:
—Así es la vida, aunque nadie la quiera vivir, así es la vida.
Ricardo, desde el suelo, con voz parsimoniosa, agradable, le dijo:
—Qué rara que es la vida ¿viste? Yo debo haber sido el único de los hombres de esta noche que no estaba en tu lista para dormir contigo, ¿viste? La vida es así.
Bueno, pensó Josefina para sus adentros, Ricardo no es ningún gilipollas, así que Evaristo y el Profesor hoy se pueden ir a la mierda y, contestándole a Ricardo:
—No vayas a creer que no he pensado en ti, pero también llegué a pensar que no sé si te interesaría hacer el amor con una mujer mayor que tú.
—Yo —devolvió Ricardo— había pensado que a toda una señora como tú no le gustaría dormir con un indio y encima hacer cosas de indios, en lugar de hacer el amor, acompañarse.
—Bueno —dijo Josefina riéndose—, en verdad no estamos hechos el uno para el otro.
—Menos mal —agregó Ricardo mientras se quitaba los zapatos y se tiraba él también en la cama.

viernes, 8 de mayo de 2009

Relato veintiuno. Josefina dormitaba y, de golpe, se sobresaltaba por algunas imágenes

Josefina dormitaba y, de golpe, se sobresaltaba por algunas imágenes donde ella, con un ímpetu desconocido, se quedaba un mes escribiendo y conseguía, por fin, entrar por los senderos del poema, y eso la hacía más feliz que tener éxito como profesional, que ya lo tenía y nada, en ella, calmaba o colmaba ese bien quehacer.
En los sueños donde ella triunfaba como escritora siempre estaba Evaristo al lado de ella. Esto mismo ya le había pasado con el psicoanálisis, cuando se veía triunfar en su carrera médica, siempre veía a su lado al Profesor.
No cabía ninguna duda, después de su marido y de su psicoanalista, era evidente que Josefina sentía haber conocido, por fin, el tercer hombre de su vida.
Sintió cómo se iban los que aún quedaban en su casa. Sintió cómo apagaban algunas luces. Escuchó las puertas de la casa al cerrarse. El ruido de las puertas de los automóviles y, luego, el ruido del motor y, alejándose, el ruido de los neumáticos sobre el camino de piedras.
Se quedó más tranquila, se incorporó en la cama, buscó en la mesilla de noche algún libro y tropezó con el cuaderno en el cual, todas las noches, trataba de escribir lo que había pasado durante el día, sin conseguirlo.
Se entusiasmó de tener un cuaderno entre sus manos. Pensó que podía intentar escribir. Inmediatamente pensó que mejor lo dejaba hasta que Evaristo le contestara su carta, mejor se dormía y así se tranquilizó.
Cuando Josefina estaba, aunque sin mucha convicción, tratando de dormirse, escuchó que alguien, claramente en el salón de su casa, hacía sonar al piano lo que ella, entre dormida, creyó escuchar magnífico sonido.
Se colocó una camisa en los hombros y fue a ver quién se había quedado en la casa y por qué estaba tocando el piano.
Su corazón latió apresuradamente pensando que a lo mejor Evaristo le había hecho esa broma.
Pero sólo fue un instante, Evaristo no tocaba el piano.
Ricardo, con entusiasmo, le daba a las teclas literalmente una paliza, tocaba como si fuera la última vez que lo haría.
Cuando entró Josefina al salón además de tocar, con voz de barítono, cantó Una furtiva lágrima.
Josefina sonrió para ella y se dijo:
Bueno, no está mal que sea Ricardo con quien tenga que hacer el amor, para ir pura, sin deseos, mañana a verlo a Evaristo.

domingo, 3 de mayo de 2009

Relato veinte. Josefina no había tenido nunca demasiados problemas con ese asunto de los hombres.

Josefina no había tenido nunca demasiados problemas con ese asunto de los hombres. Había tenido sus primeras relaciones sexuales a los diecinueve años. Luego se había casado, había tenido dos hijos que ya estaban en la universidad. Había tenido amantes, en fin, una vida sexual, si se quiere, intensa.
No era, exactamente, follar lo que más le interesaba en ese momento de su vida. Pero Evaristo, algo de ese hombre, le provocaba cosas que ni los embarazos de sus hijos le provocaron.
Algo de la creación me daría ese cuerpo en su contacto, pero, también, era una locura pensar así.
Josefina se había separado de su marido hacía algo más de diez años, y se había casado, en segundas nupcias, con un proyecto social. La Escuela de Psicoanálisis que dirigía el Profesor, su psicoanalista.
Su carrera era brillante, sólo le faltaba el toque mágico de la escritura, que no era que no lo tuviera. Ella pensaba en una inhibición en ese circuito de su alma, y no en una mutilación, y Evaristo era, no porque lo fuera, exactamente, sino que ella lo veía así, el eslabón perdido de sus inhibiciones.
Él prometió, antes de irse, contestarme la carta. Por otra parte, pienso que lo único que yo le he pedido seriamente es que me conteste esa carta, que me diera la posibilidad de ese diálogo por escrito, y sólo habían pasado unas horas y yo ya me lo quería follar.
Me parece, se dijo Josefina, que tengo que aclarar mis ideas. ¿Cómo es que a los cuarenta años no sepa si quiero ser escritora o prostituta?
Hay algo que no entiendo, y eso me pone fuera de mí.
En eso que no entiendo, en eso que no entrego a la circulación, se detiene la vida en mí. Por eso amo a ese hombre, porque me parece que no necesita para vivir tantas tonterías para sobrevivir.

viernes, 1 de mayo de 2009

Relato diecinueve. Cuando se fue Evaristo, Joserina sintió que se había acabado la noche, la fiesta, la vida.

Cuando se fue Evaristo, Josefina sintió que se había acabado la noche, la fiesta, la vida. Y aunque él le había invitado a su casa mañana, hoy todo había perdido su sentido. Les dijo a los pocos invitados que todavía quedaban en su casa que se podrían ir cuando quisieran, que ella se iría a descansar a su dormitorio.
Mientras se desnudaba, para meterse en la cama, llegó a pensar:
A lo mejor Evaristo volvería como ella había vuelto aquella noche en su casa.
Descartó en seguida la idea, pensando que sería difícil que, en la calle, lo asustaran walkirias asesinas para que él volviera corriendo a sus brazos.
Así que dejaré por ahora el asunto, se dijo. Sin embargo, pienso que me resulta muy difícil sostener el deseo por un hombre sin hacer el amor con él.
Yo, en la carta, le dije que era la primera vez que lo hacía así de esta manera. Él debe haber supuesto que esa manera sin uso anterior en una mujer de más de cuarenta años no podía tratarse de mi cuerpo, de mi sexo.

viernes, 24 de abril de 2009

Relato dieciocho. Cuando el Profesor llegó a su casa, Clotilde estaba despierta, esperándolo.

Cuando el Profesor llegó a su casa, Clotilde estaba despierta, esperándolo.

—¿Qué dice mi vieja Clotilde, aún despierta? —preguntó alegremente el profesor.

—Vieja será tu madre —dijo Clotilde, también riéndose— el día de hoy fue un día de duro trabajo, pero aquí estoy, jovenzuelo, esperándolo con las piernas abiertas.

El Profesor, lleno de deseo, se tiró literalmente, encima de Clotilde, una mujer de su misma edad, y el Profesor parecía otro hombre ahora.

Le metió, rápidamente, una mano entre las piernas, y a los primeros suspiros de Clotilde le chupaba con frenesí las tetas, y ella suspiraba cada vez más fuerte, y él le mordía el cuello con intención de morder, y luego se reían y parecían muy jóvenes.

Se separaban y conversaban un poco del trabajo de ella, del recital de Evaristo y, otra vez, se besaban y ella le pasaba la lengua por el culo, y él se retorcía y la cogía de los pelos y le apretaba la boca contra los cojones, que parecía que ella se los iría a tragar, y luego se separaban y hablaban del crédito que ella quería conseguir para hacer un viaje de dos meses al Caribe, y él le comentaba con entusiasmo algunos pasajes de la cena.

Ahora estaban como extasiados. Se miraban francamente a los ojos.

Parecía que se iban a correr, así, mirándose, pero ella, todavía, aún, saltó encima de él y comenzó a moverse a ritmo de galope lento, y el Profesor, cogido a sus tetas, mucho conseguía cuando por fin podía gritar:

—¡Diosa! ¡Diosa!

Después, todavía, aún, ella le leyó algunos poemas escritos en los descansos de su trabajo, y antes de dormirse, el Profesor comentó con una sonrisa:

—Hoy casi me viola una mujer de treinta años.

—¿Y por qué no te dejaste? —preguntó, seductora, Clotilde.

Y el Profesor, todavía riendo, le contestó:

—Porque no era una mujer joven, sino que era una niña, muy pequeña, queriendo jugar con el abuelo. Por eso no me dejé.

sábado, 18 de abril de 2009

Relato diecisiete. Rosi no contestó y ahora el Profesor la llevó directamente hasta la puerta de la casa


Rosi no contestó y ahora el Profesor la llevó directamente hasta la puerta de la casa.

Al llegar, Rosi Provert ni se bajaba del coche ni hablaba, el Profesor bajó del coche, dio toda la vuelta y abrió la puerta de Rosi, la tomó de una mano y la ayudó a bajar del coche. Y ése fue el momento que más cerca habían estado en toda la noche.

A menos de 20 centímetros de distancia, frente a frente, escuchando la respiración del otro, el temblor genital.
Rosi cerró los ojos y el Profesor besó de manera imperceptible sus labios, y ella sintió que todo se desgarraba en su ser. Tal vez fuera eso el amor, pensó para sus adentros, ¡qué locura!

—Nos vemos otro día y seguimos conversando —le dijo el Profesor, mientras ella abría el portal de su casa.
El Profesor estaba contento. Mientras manejaba, entonaba una melodía en italiano, La lingua d’amore, y, de vez en cuando, soltaba el volante para golpear una mano contra la otra y decir:

—¡Pero qué bien la vida que viene, pero qué bien!

Para Rosi Provert las cosas no eran tan sencillas, ni tan claras. Ella nunca había sentido esa inquietud en el bajo vientre.

Cuando él rozó sus labios, en la calle, casi se desmaya por las emociones encontradas que sintió en su pecho, en su cabeza, en sus piernas.

Se dejó caer en un sillón de la sala, pero sólo un instante, en seguida entró en el baño. Limpió cuidadosamente la bañera. Tiró, luego, espuma de baño y dejó correr el agua.

Antes de salir del baño miró su cara en el espejo. Se vio bella como nunca, soltó su pelo, salió del baño (todo lo hacía a un ritmo palpitante), puso Vivaldi en la minicadena que le había regalado su madre, y se descalzó.

Corrió descalza por el pasillo, se quitó la falda, se miró el culo en el espejo del pasillo y sintió que tenía un culito pequeño y delicado.

Distraída y ya desnuda, tratando de bailar la Consagración de la Primavera, volvió a la realidad con el ruido del agua saliendo de la bañera.

Corriendo hacia el baño para cerrar el agua se notó bellamente agitada y se imaginó estar corriendo de manera salvaje, en plena selva, una presa de amor.

Se zambulló en la bañera como si fuera en las orillas de un río espectacular de la selva amazónica.

Sintió reflejarse en el verde de la espuma sus propios ojos verdes y se dejó invadir por millones de peces de colores que, como sedas de Oriente, se posaban en su cuerpo, y algunos con ojos del Profesor y, aún, otros con los ojos de Evaristo y otros más, aún, con los ojos de Josefina, intentaban penetrarla.

Ella escapando de esos peces, por momentos, voraces de amor, y jugando con la verde espuma, descubrió sus pezones y le impresionó muchísimo, al tocárselos, que fueran tan sensibles, que produjeran tanto goce, y siguió un poco más, y apretó un poco, y mientras Vivaldi, esta vez, mataba a los gritos a todos los personajes, ella tuvo su orgasmo.

El primero y, así, de manera tan sencilla, se había establecido en ella la diferencia entre la vida y la muerte.

Mañana, en el hospital, comprendería, mucho mejor, a los locos.

martes, 14 de abril de 2009

Relato dieciseis. Mientras el Profesor conducía con cierta seriedad el automóvil, Rosa, para salir del silencio, le preguntó...

Mientras el Profesor conducía con cierta seriedad el automóvil, Rosi, para salir del silencio, le preguntó:
—¿Y usted, Profesor, qué edad tiene? A ver, no me diga nada, déjeme adivinar. Josefina puede tener unos cuarenta años, usted..., usted puede tener cincuenta años. ¿Acerté?
—Sí, más o menos —contestó el Profesor—, el próximo mes de noviembre voy a cumplir sesenta y cinco años.
—En verdad no se le notan por ningún lado —dijo, divertida, Rosi, dándole una palmada en la pierna del acelerador.
—Sí, en algunos lugares se me nota —agregó, circunspecto, el Profesor.
—¿Adónde me lleva? —preguntó Rosi con inquietud.
—A su casa, ¿o usted preferiría ir a otro lugar? —y frente al silencio de Rosi, el Profesor preguntó a su vez—. Y usted, ¿qué edad tiene?
—Me avergüenzo —dijo Rosi—, tengo apenas treinta años y me siento bastante más vieja que usted. En lugar de arrastradle a usted tras mis perfumes, me dejo arrastrar por sus amables rechazos. ¿Me daría un beso si se lo pido?
—Un beso, sí —dijo el Profesor—, pero después del beso, ¿qué me va a pedir?
—Cuidado con el semáforo, que se puso rojo.
—Sí, ya lo ví, y luego del beso, ¿qué me va a pedir?
—Venga, Profesor, lléveme a su casa. No se lo contaré ni siquiera a Josefina.
—¿Y por qué —dijo sorprendido el Profesor— habría de importarme a mí que usted le cuente o no a Josefina?
—Bueno —titubeó Rosi—, como Josefina es mi psicoanalista y al mismo tiempo, creo..., es su paciente, yo pensé...
—Sí —interrumpió el Profesor—, Josefina es su psicoanalista, pero no, como usted cree, su novia y, por otra parte, y no en el mismo momento, es mi paciente, pero no, como usted cree, mi marido. Así que por ahora, con tanta confusión mejor la llevo a su casa. ¿Qué le parece?

domingo, 12 de abril de 2009

Relato quince. Lo que no puedo abarcar con mi mirada es invisible, pero no superior

—Sí, sí —dijo alegremente Silvia—, conteste, conteste.
—Bueno, es muy fácil, lo que no puedo abarcar con mi mirada es invisible, pero no superior. Lo que no puedo abarcar con mi imaginación es imposible, pero no superior; lo que no puedo medir con mi conocimiento es desconocido, pero no superior.
—¡Eh, macho, pareces un jefe indio hablando! —murmuró alguien.
—He aprendido mucho de los jefes indios —insistió Ricardo—. Lo que no puedo medir con mi cuerpo será psíquico o social, pero no superior.
—¿Y entonces —preguntó muy entusiasmada Josefina—, cuál es la respuesta?
—La respuesta de lo que nos humilla la tiene cada uno —dijo Rosi Provert mirándome a los ojos.
Entonces yo le pregunté, mientras dejaba caer mi mano sobre su brazo:
—¿Tú ya tienes tu respuesta?
—Sí —contestó ella con desparpajo—. Tú me haces sentir inferior.
—Entonces —dijo Walter—, lo que nos produce deseos nos hace sentir inferior.
Rosi puso su mano sobre mi mano y yo apreté su brazo con intención, y dije:
—Soy viejo para hacer el amor contigo, pero cuando concluyas tu terapéutico con Josefina, puedes, si todavía quieres tener algo conmigo, psicoanaliarte. Y tú, Evaristo, ¿qué haces que no dices nada?
—Me veo escribiendo mis versos sin escribir, y eso me entretiene.
Mientras decía esto, Evaristo comenzó a liar un porro, el Profesor invitó a llevar en su coche a Rosi y los dos se despidieron. Quedaban en la mesa Walter, Silvia y Carlos, conversando muy animadamente de eso de tener dos o tres mil deseos, Josefina, que había ido a por café, y Evaristo liando su cigarro.
Cuando regresó Josefina con el café, Evaristo se disponía a contar una historia de amor.
Hubo una vez un viejo profesor de Historia del Arte que se enamoró de una joven estudiante, y como ese amor lo avergonzaba, en lugar de hacer el amor con ella y rehacer su vida amorosa, la tuvo a la pobre señorita sin casarse con nadie y estudiando veinticinco años Historia del Arte. Ella llegó a ser muy famosa como historiadora y él murió antes de tiempo de un infarto por hostilidad contenida y represión sexual.
Los otros se quedaron como esperando que Evaristo siguiera la historia, pero Evaristo apagó la colilla de su cigarro, y mientras se levantaba de la silla le dijo a Josefina que se pasara mañana por su casa, que él esta noche contestaría la carta que ella había dejado en su máquina.

sábado, 11 de abril de 2009

Relato número catorce. No pude contenerme y pregunté.

No pude contenerme y pregunté:
—Y ese, ¿quién es?
Y Leonor y Emilse, a dúo por un lado, contestaron:
—¡Nuestro psicoanalista!
Y en el mismo momento, Evaristo también contestó:
—Es un gran poeta argentino.
—¡Ah, poeta y psicoanalista...
—Sí —confirmó Evaristo—, es el Master, el no va más del Grupo Lamda.
—Será el no va más del Grupo Lamda, pero aquí se comportó de una manera tan enigmática, habló como si estuviera más allá de nosotros.
Walter, intentando que no se escuchara del todo lo que había dicho Silvia, agregó en seguida:
—Es una personalidad, escribió como 20 libros.
—Yo quería conocerlo, me hubiera gustado que se quedara conversando más tiempo.
—Será toda la personalidad que tú quieras -se defendió Silvia-, pero el Profesor también es una personalidad y, sin embargo, no va por ahí haciendo sentir inferior a todo el mundo.
Como yo era el Profesor tuve que terciar en la conversación, y aunque no quería estar en desacuerdo con Silvia, igual le pregunté:
—¿Por qué se había sentido inferior frente a ese hombre?
Ricardo, moviendo la cabeza de un lado para otro, y tratando de servirme una copa de vino, dijo, como al aire:
—Usted, Profesor, siempre hablando al corazón de las cosas. Es simple, Profesor, lo que usted pregunta, si Silvia me deja contestar por ella...
Emilse y Leonor se levantaron y saludaron con amabilidad, considerando que a la mañana siguiente muy temprano tenían que ir a trabajar.

Relato número catorce. No pude contenerme y pregunté.

No pude contenerme y pregunté:
—Y ese, ¿quién es?
Y Leonor y Emilse, a dúo por un lado, contestaron:
—¡Nuestro psicoanalista!
Y en el mismo momento, Evaristo también contestó:
—Es un gran poeta argentino.
—¡Ah, poeta y psicoanalista...
—Sí —confirmó Evaristo—, es el Master, el no va más del Grupo Lamda.
—Será el no va más del Grupo Lamda, pero aquí se comportó de una manera tan enigmática, habló como si estuviera más allá de nosotros.
Walter, intentando que no se escuchara del todo lo que había dicho Silvia, agregó en seguida:
—Es una personalidad, escribió como 20 libros.
—Yo quería conocerlo, me hubiera gustado que se quedara conversando más tiempo.
—Será toda la personalidad que tú quieras -se defendió Silvia-, pero el Profesor también es una personalidad y, sin embargo, no va por ahí haciendo sentir inferior a todo el mundo.
Como yo era el Profesor tuve que terciar en la conversación, y aunque no quería estar en desacuerdo con Silvia, igual le pregunté:
—¿Por qué se había sentido inferior frente a ese hombre?
Ricardo, moviendo la cabeza de un lado para otro, y tratando de servirme una copa de vino, dijo, como al aire:
—Usted, Profesor, siempre hablando al corazón de las cosas. Es simple, Profesor, lo que usted pregunta, si Silvia me deja contestar por ella...
Emilse y Leonor se levantaron y saludaron con amabilidad, considerando que a la mañana siguiente muy temprano tenían que ir a trabajar.

jueves, 9 de abril de 2009

Relato número trece. Evaristo, desprendiéndose literalmente de las dos mujeres, me contestó...

Evaristo, desprendiéndose literalmente de las dos mujeres, me contestó, antes de que hubiera silencio entre mi pregunta y su comentario:
—Yo muchas veces me pregunté si un poeta podría trabajar de psicoanalista, y terminó, cada uno pregunta por lo que no sabe o no se imagina pudiendo del todo.
Su interpretación me tocó, mi problema era el verso, el suyo la interpretación, ese hombre era más inteligente que muchos psicoanalistas, cada vez que hablaba me lo hacía pensar.
—Todos los psiquiatras nos sentimos poetas cuando entendemos lo que un loco nos quiere decir —comentó Rosi Provert, con coquetería.
—Es una cuestión del deseo, terció Josefina con fuerza (por lo menos a ella le pasaba así), cuando el deseo está en comerse el coco, psicoanálisis, locura, cuando el deseo es la libertad, entonces aparece el verso, lo inasible se concreta en una combinación exitosa.
El desconocido, mirando con algún desprecio a Josefina y sonriendo apenas, dijo:
—Se pueden tener dos deseos, ¿no?
El silencio que yo hubiera querido producir con mi pregunta, lo produjo el desconocido con su intervención. Esta noche me iría a salir todo mal. Pensé en cien maneras de continuar la conversación y todas me parecían estúpidas, hasta que nuevamente el desconocido pudo romper el silencio que él mismo había generado.
—Preguntarse si un psicoanalista puede escribir versos es como preguntarse si una mujer puede o no puede abrir las piernas; bueno, la respuesta es muy fácil, a veces puede y a veces no puede.
Se restregó las manos, como si hubiera llegado a alguna conclusión, y se levantó de la mesa, y antes de perderse entre la gente que había en la casa, besó con afabilidad a Leonor y Emilse y saludó con un golpe de cabeza a Evaristo.

lunes, 6 de abril de 2009

Relato número doce. Josefina avanzó con paso decidido hacia nosotros.

Josefina avanzó con paso decidido hacia nosotros.
—Me alegra que dos personas, tan importantes para mí, se conozcan por su cuenta. Hoy será una noche inolvidable. Ricardo, usted, Profesor, y Evaristo, hoy algo entenderé, estoy contenta. Hoy la poesía ha hecho algo que no hubiera podido hacer el dinero.
Josefina se colgó de los dos y mientras jugaba a que la llevábamos saltando como alguna vez en su infancia le habría pasado, ella todavía, en voz alta:
—¿Y ustedes dos de cuándo se conocen?
—Hace veinte años que nos conocemos y catorce que no nos vemos —Contestó rápidamente Ricardo.
Josefina, cortante, saltándose de nuestros brazos:
—¿Y por qué no me dijiste nada cuando yo conté que me psicoanalizaba con él?
—Bueno dijo Ricardo—, tú ni me dijiste el nombre, cómo habría de saber yo que era la misma persona; además, al Profesor antes nadie lo llamaba Profesor, era imposible saber que se trataba de la misma persona...
—Bueno —intervine yo—, no se trata de la misma persona. Un hombre nunca es la misma persona cuando se trata de otro hombre o de una mujer. Ni aunque sea un psicoanalista, bueno exagerando, ni aun siendo Dios se puede ser una sola persona delante de un hombre que de una mujer.
La conversación nos debía resultar interesante, ya que sin damos cuenta, hablando y caminando, y dándonos muestras de afecto mientras caminábamos y hablábamos, nos llevamos por delante a Rosi Provert y a Evaristo, que conversaban en voz muy baja, después nos contaron, sobre la ventaja que tenía la marihuana sobre el opio y el alcohol. Cuando chocamos, Evaristo rió con ganas y dijo en voz exageradamente alta:
—La burguesía en pleno acaba de chocar con aquello que le hará desaparecer, un poeta y una médico psiquiatra. ¡Están perdidos!
Nos disculpamos y nos sentamos junto con otras personas alrededor de una mesa de madera antigua. Mientras nos sentábamos alrededor de la mesa sentí que era importante saber quiénes eran y en qué posición quedábamos sentados en ese círculo humano que se estaba formando. Quiénes serían los afortunados o desgraciados participantes de esa conversación que ninguno podía imaginar que ocurriría.
A mi derecha se sentaron Rosi Provert, Evaristo, Josefina, Carlos y Leonor, justo enfrente mío un hombre, de mi misma edad, desconocido, y a mi izquierda, Ricardo, Silvia, Walter, una silla vacía y, luego, al lado del desconocido, Emilse.
El desconocido tenía un cierto desaliño elegante y me llamó la atención que su mirada no mirara lo que se ve, sino otra cosa, no sé. Si Evaristo me inquietaba, este hombre desconocido me atraía. Tal vez sea otro escritor, ya me enteraré. Y esa frase sencilla me tranquilizó, como para poder darme cuenta que Ricardo insistía en que me bebiera la copa de vino que él mismo me había servido. Me bebí el vaso de un trago. Al levantar la mirada para beberme el fondo, vi los ojos del desconocido diciéndome: "A tu edad el alcohol es una cosa mala".
Encendí un cigarrillo para tranquilizarme y vi con desesperación que si no hacía algo para salir de mis cavilaciones, Rosi Provert y Josefina, volcadas directamente sobre Evaristo, le pedían que volviera a recitar alguno de sus poemas del recital. Y como yo no estaba en condiciones de escuchar nuevamente esa voz, y como las mujeres se desmayaban al escucharlo, intenté con una pregunta generar una conversación de la cual, pensaba yo, no podría salir tan mal parado como frente a los versos, y entonces pregunté: —¿Es posible que un psicoanalista escriba versos?

jueves, 2 de abril de 2009

Relato número once. Ya todos habían entrado en la casa y yo seguía dando vueltas por el jardín.

Ya todos habían entrado en la casa y yo seguía dando vueltas por el jardín, fumando y pateando el césped. De golpe, por decir, sentí sobre mí una mirada, alguien, alguna persona seguía, al menos con su mirada, mis pasos.
Di media vuelta y comencé a caminar hacia la presencia mirando el césped, y cuando sentí que estaba al alcance de un salto, saqué con rigor mi mano derecha hacia adelante en forma de Colt 38 y disparé tres veces a matar:
-¡Pim, pam, pum! Y todavía tuve tiempo, antes que el hombre que me había seguido con la mirada me tomara entre sus brazos, de gritar dos veces: ¡muerte al espía, muerte al espía!
El hombre me abrazó con alegría, y no puedo dejar de decirlo con cariño, al menos su intención era amistosa.
-Profesor -dijo mientras me abrazaba-, Profesor, ¿qué hace usted aquí? No me lo imaginaba.
-¿Piensa que es mucho lujo para mí?
-No sea sarcástico, Profesor, yo pienso que todo esto es poco para usted. Y a mí, ¿no me pregunta a mí qué hago aquí?
-Bueno -le dije-, si tú quieres, te pregunto: ¿qué hace aquí, tan cerca de Madrid, un hombre de mundo como tú?
-Usted siempre hablando al corazón de las personas. Después que dejé su cátedra en la Universidad, estuve catorce años trabajando con los indios en América del Sur, pero luego me vine a enterar que todos los indios habían viajado para Madrid, y, entonces, por eso estoy, aquí, en Madrid, estudiando cómo viven los indios.
Reí francamente a la ocurrencia de Ricardo Güiraldes, que no era otro el que me había perseguido con la mirada con tanta insistencia que me obligó a matarlo sin compasión. Su humor era algo verdaderamente fino. Cuando llegó a mi consulta, hacía 20 años, tenía sólo 17. Me consultó por nada, por alegría, por querer saber lo que pasaba en la mente, en el corazón de los hombres. Se tumbó en el diván y me dijo:
-¿Qué vale esto?
Y yo le contesté:
-Algo diferente a lo que usted cree.
-Tengo sólo diecisiete años, contestó él, puedo equivocarme. Pero me pregunto qué es lo que usted cree que yo pienso que vale esto como para decirme que se trata de algo diferente de lo que pienso, ¿eh?
-Le escucho, Güiraldes, le escucho.
-Soy un joven modelo, ¿me cree?
-Por qué no habría de creerle si todavía no le conozco.
-Usted siempre contesta de costado, al lado de las cosas, debe ser, me imagino, para que yo vaya pensando lo que se me ocurra. No es malo su método. En verdad, no me imaginaba que fuera así psicoanalizarse. En principio es hablar con una pared que desvía en algo lo que decimos.
Convinimos con Ricardo vernos cuatro veces por semana, unos minutos cada vez, ya que él hizo durante la primera entrevista dos comentarios que me animaron a intentar una relación intensa, pero no muy prolongada. Uno de los comentarios se refería a no tener ningún problema con el dinero, y el otro comentario se refería a sus deseos de viajar a América del Sur a vivir con los indios, a conocerlos, a estudiarlos. Él hizo como que comprendía mis argumentos y contratamos por un año, y luego de una evaluación decidiríamos los siguientes pasos.
La conversación con Ricardo duró seis años, pero a mi entender había sido uno de los tratamientos más exitosos. Ricardo no se transformó en psicoanalista, estudió antropología y medicina simultáneamente, e hizo crecer de forma considerable la fortuna, herencia de su padre, proveniente de la explotación de minas en Asturias. Ricardo, sacándome de mis nostalgias, me cogió del brazo y me dijo:
-Eh, Profesor, entremos a tomar una copa. Josefina paga.
-¿Y qué es Josefina para ti?
-Una mujer inteligente -me contestó Ricardo- una vez vino a escuchar una conferencia que yo mismo daba sobre el tratamiento psicoanalítico de la tuberculosis en las tribus indígenas del Sur, y como es una mujer culta quiso hablar conmigo y comenzamos una relación, yo vengo a sus fiestas, ella me cuenta cosas de su escuela. Una noche me habló de que se psicoanalizaba con usted, Profesor, yo no le dije nada de nuestra relación, preferí escuchar lo que ella hablaba de usted, yo hacía tanto tiempo que no lo veía, que prefería escucharla, a ella. No está enamorada, está impresionada que exista una inteligencia más importante que la suya propia. Usted es un genio, Profesor, a mí al principio me pasaba lo mismo con usted. Después, antes de irme, algo me di cuenta sobre que la inteligencia no la tenía nadie, era algo que ocurría cuando la gente se relacionaba. Pero ella habla con firmeza de usted, con furia. Ahí viene, le sorprende que nos conociéramos. Eso, que no tenía controlado, la inquietará.

lunes, 23 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO DIEZ. DE CAMINO A LA CASA DE JOSEFINA ME RESONABAN LOS ÚLTIMOS VERSOS DEL RECITAL

De camino a la casa de Josefina me resonaban los últimos versos del recital, algo de no creer, una poesía de lo inconsciente, algo de no creer, un poema de locos.
Algo que a veces los psicoanalistas no terminan nunca de entender.
Enfrascado en estos pensamientos me sorprendió Josefina sentada a mi lado, en la parte de atrás del coche que conducía Pilar Mirá, colocando su mano en mi brazo y diciéndome casi al oído:
-Ese hombre me volvió loca, estuve con él una noche, ni me tocó, ni me miró, ni me habló siquiera, y me volvió loca. Todo lo que tú me decías, ahí, frente a él, lo sentí todo. Eso te quería decir con lo de tener un compromiso, no quería que tuvieras el compromiso de ser mi psicoanalista.
Y siguió metiéndose en mi oreja hasta hacerme sentir cierta excitación.
-Ya no quiero ser como tú, una buena psicoanalista, ahora quiero ser toda como él, la mejor escritora, la mejor, la más alta amante del siglo.
-Y qué, ¿tienes miedo -le dije yo directamente- que te aumente los honorarios por haberte curado de esa manía que te perturbó los últimos quince años, de ser, como yo mismo, un hombre?
-Hijo puta -dijo Josefina, tranquilizándose.
-Sí, querida -le dije yo, y aprovechando las luces del casino, agregué- ya estamos por llegar.
-A su edad, doctor -espetó Josefina, y lanzó una carcajada.
Pilar, mientras tanto, filmaba todas las escenas con terquedad, pero con soltura. Sus gasas se escapaban por la ventanilla del coche, mientras ella miraba para adelante, para guiar el automóvil, y para atrás para sacamos fotos, mientras las sedas de sus vestidos huían por las ventanillas y ella, sin temor de estar descubriendo una verdad, seguía guiando el automóvil para adelante y seguía sacando fotos para atrás. Ese viaje, ahora que lo pienso, fue un viaje alucinante.
A pesar de todas las descripciones que Josefina me había hecho de su casa tendida en el diván, yo no conocía la casa de Josefina y me sorprendió al llegar el lujo, la extensión de los jardines, la iluminación de la casa. Todo me parecía raro, ya que yo no había estado nunca en una casa así, sino mirándola desde la ruta y diciéndome ¡qué orgías harán en esas casas!, sin saber nunca si yo pensaba prejuiciosamente que el dinero permitía una libertad sexual que con mi dinero, de trabajador del alma, eran imposibles de pensar. Y de golpe una de mis pacientes de más tiempo en psicoanálisis me encuentra en un recital de otra escuela psicoanalítica que la que yo dirijo, y me invita a la casa de mis sueños sexuales. Las cosas se creen o no se creen.

domingo, 22 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO NUEVE. UNOS MESES MÁS TARDE, CUANDO LA VOLVÍ A ENCONTRAR FUE EN UN RECITAL

Unos meses más tarde, cuando la volví a encontrar fue en un recital, parecía más joven y me dijo al pasar que pertenecía a una Escuela de Psicoanálisis y que se analizaba con Josefina, psicoanalista de la escuela de la que yo era su director, y que llevaba adelante conmigo lo que ella llamaba su psicoanálisis didáctico.
El recital era en la calle Ferraz, un grupo de españoles, argentinos, franceses y polacos, que organizaban conferencias y recitales y tenían muy bien organizado, desde hacía muchos años, un seminario de tres años de duración de la obra de Sigmund Freud; pero hoy se trataba de un recital de poemas de uno de los mejores poetas del Grupo Lamda, Evaristo, creo que sólo se llama Evaristo, así publica todos sus libros. De él llegan a decir, algunas mujeres, un hombre sin apellido, sin religión, sin patria, ya que de todos ellos era del único que no se podía precisar si era árabe o inglés, español culto o argentino venido a menos, a veces, dicen algunas mujeres, no todas, Evaristo, no tenía apellido porque era un ser del espacio exterior, un extraterrestre.
La Escuela de Ferraz estaba llena de gente, más de 200 personas, al fin y al cabo Evaristo, aunque a mí me dé no sé qué en contra, es algo muy serio como poeta, tal vez el mejor en lengua castellana, aunque él parezca no saberlo, ya que se deja llevar de un lado para otro y la gente que le rodea ni lee sus versos. Durante todo el recital tuve que soportar ver que Josefina se levantaba en puntas de pie para ver los ojos de Evaristo cuando éste leía sus versos, y a mi lado, Rosi Provert temblaba hasta lo último con esas palabras, o ni siquiera, con esa voz. Lo que hacía ese hombre con las mujeres era envidiable, y yo, sanamente, claro está, lo envidiaba.
Evaristo tiraba sus versos como si fueran piedras, algo nos despreciaba, sus versos eran verdad tras verdad, las palabras adquirían en sus versos la mayor libertad posible.
En verdad, en ese momento preferí que ese hombre no se me cruzara en el camino.
Josefina, arrebatada de pasión, cuando terminó el recital invitó a un montón de gente a comer algo, a beber algo en su casa de Torrelodones. Entre los invitados estábamos, por supuesto, yo, Evaristo y Rosi Provert. Cuando Josefina me invitó a mí, lo hizo de una manera excitante:
-¿Tal vez tengas algún otro compromiso?
-No, no tengo ningún otro compromiso, pero si tú piensas que te será dificultoso ligarte a Evaristo delante de tu mamá, puedo no ir a tu casa e ir a sentarme en el sillón a esperar que vuelvas llorando mañana pidiendo disculpas.
-No me interpretes -dijo Josefina al borde de la irritación o de la risa.
Entonces yo le dije:
-¿Qué hago entonces, te beso?
-Eres intratable, haz lo que quieras.
-Tu deseo, entiendo -le dije-. Iré.

sábado, 14 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO OCHO. ROSI PROVERT ERA MÉDICA PSIQUIATRA EN UNO DE LOS GRANDES HOSPITALES

Rosi Provert era médica psiquiatra en uno de los grandes hospitales urbanos en el pleno centro, por decir de alguna manera, de Madrid. Tenía una rara concepción de la vida y, por lo tanto, de la enfermedad mental y su posible curación o su probable tratamiento. Había estudiado medicina con ahínco y tesón. Hizo la carrera de medicina y la residencia de psiquiatría, todo en ocho años, sin conocer el porro, ni el sexo, ni la cerveza, ni el cupón de ciegos.
Yo la conocí en un congreso sobre psicoterapia, cuando ella cursaba segundo año de la residencia de psiquiatría y tenía a su cargo el tratamiento de 34 pacientes y sus familias, ganaba 900 euros, no tenía novio y el dinero no le alcanzaba sino para pagar el alquiler del piso en el barrio de Vallecas, vestirse dignamente y comprarse algunos libros en inglés que hablaban de los últimos tratamientos más modernos en la contención amorosa de los pacientes psicóticos y sus familiares, que en general no venían del todo sanos, sino que a veces el paciente era en realidad el más sano de la familia.
Cuando uno de los ponentes comentó la formalidad psicoanalítica para el tratamiento de la familia del paciente psicótico, Rosi Provert pidió el micrófono y, llorando a los gritos, dijo que no daba más, que todos nosotros (por los ponentes) muchas palabras, muchas palabras, pero nada de soluciones, porque ella se mataba todos los días y no conseguía ver ningún progreso ni en el paciente ni en la familia, sino esa sonrisa con la que la recibían, por lo menos, más de la mitad de sus pacientes.
Que cómo era posible que solamente hablando, sin medicación, se pudiera curar al paciente psicótico, si ella ni con medicamentos a granel conseguía casi nada de los pacientes.
Como nadie se animaba a contestarle, yo pedí el micrófono y lo primero que dije fue:
-Señorita... -y me quedé callado para que ella llenara mi vacío con su nombre, y ella me complació rápidamente.
-Me llamo Rosi Provert y trabajo en la residencia del hospital más grande de Madrid.
Y entonces fue cuando le dije:
-Doctora Rosi Provert, quiero hacerle saber que usted, sin ser medicada por nosotros, y con la sola invitación de que hablara, usted ha comenzado sin ninguna otra ayuda a hablar de sus problemas, que si quiere, si me permite, le diré que se reducen a su formación. Perdóneme si la he molestado.
Y ella entonces fue cuando se descubrió para mí en todo su encanto.
-De ninguna manera, ha sido usted muy amable para con mi inteligencia, ha supuesto que yo podía entender lo que usted me decía, y eso, aunque todavía sin comprender lo que me ocurre, me ha halagado. Gracias.

domingo, 8 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO SIETE. MIENTRAS EMILSE TRATABA DE COMUNICARSE CON EVARISTO, SONÓ NUEVAMENTE EL TIMBRE

Mientras Emilse trataba de comunicarse con Evaristo, sonó nuevamente el timbre. Esta vez era Evaristo en persona acompañado de una bella mujer de mirada inquietante. Evaristo hizo las presentaciones de rigor.
-Josefina -dijo, señalando a la mujer que venía con él. Y luego, mirándonos a nosotras:
-Emilse, Leonor. Se besaron con entusiasmo y se sentaron los cuatro a la mesa pequeña del salón.
Evaristo tuvo la necesidad de explicar que al salir de su casa se encontró con Josefina y por eso la había traído con él.
-A nosotras no nos molesta -dijo Leonor-, pero a lo mejor, quién sabe si tú puedes con las tres.
Y hubo una risa franca de las tres mujeres, tal vez, como un desafío para Evaristo, tal vez, como una sentencia. Él, también, sonrió y siguió liando su cigarrillo. En cualquier momento comenzaría a contar alguna historia de amor.
Ellas lo sabían, cuando él liaba un cigarro nadie se salvaba de escuchar alguna historia de amor.
-Sé, a veces, que no concuerdan mis cuentos con vuestras ideas, pero mis cuentos son cuentos antiguos que no dejarán de pasar. Hubo una vez, en América, hace 500 años, una india que fue violada por un español. Ésta, avergonzada, al encontrarse con su enamorado, dijo:
-Yo no soy digna de tu amor, me he dejado violar por el blanco, para que no me mataran. No soy digna de tu amor.
A lo cual, el indio jefe respondió:
-Eres merecedora de mi amor, porque todavía estás viva.
Y, en ese momento, llegaban de nuevo los españoles, que los mataron a los dos, mientras se abrazaban.
Evaristo dejó escapar una bocanada de humo y dejó caer una mirada cómplice sobre las tetas de Leonor.
-¿Pero el indio jefe -preguntó tímidamente Emilse- sabía que los iban a matar a los dos, o cuando la abraza piensa que van a seguir viviendo?
-Y eso ¿qué tiene que ver? -preguntó Leonor-. El indio la perdonó porque la quería, no porque iba a morir.
-El que sabía todo -dijo Evaristo- era el español. Sabía que la india se dejaría violar antes de morir, sabía que iría a contárselo a su indio, y que éste, que aún no era cristiano, la perdonaría, y en ese momento el español sabía que se irían a abrazar, y él, entonces, aprovecharía para matarlos. Esto último, también, sabía el español.
-Pero, macho -dijo Josefina-, no es para tanto, el indio también se la había follado a la india antes que lo hiciera el español. El indio sabía entonces que ella era capaz de gozar, si la apresaban era casi seguro que la violaban.
-¿Qué dices? -arremetió Leonor-, hablas como hablaba Hernán Cortés, ¿no serás española? El indio no sabía nada; mejor, estaba equivocado. Cuando abrazó a su india, abrazaba por primera y última vez en su vida el cuerpo de una mujer que había cohabitado con un dios blanco, que como se sabe son los mejores dioses. Esa codicia sexual lo distrajo, y en esa distracción, intentando un acercamiento a Dios, encuentra su muerte y deja su tierra en manos de los españoles, es decir, condena a su prole a vivir, en sus propias tierras, en esclavitud.
-A mí -dijo Josefina- me parece que se exceden en sus conclusiones, los indios también tenían entre ellos clases inferiores y practicaban sacrificios humanos.
-Bueno -dijo Emilse-, pero eso de los sacrificios humanos no es para hablar mal de los indios. En pleno Madrid, cuando uno camina por la calle se da cuenta que los Estados modernos sacrifican a muchos ciudadanos en beneficio de otros. Alguien muere para que alguien viva. No se puede culpar por eso al indio.

sábado, 28 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO SEIS. ERA LA TARDE DE UN DOMINGO SOMBRÍO.

Era la tarde de un domingo sombrío, la soledad se hacía sentir sólida y fortalecida por los recuerdos de cuando alguna vez estuvo acompañada. Emilse dejaba arrastrar su cuerpo por la casa, dos habitaciones pequeñas, un pequeño baño y la ilusión de una cocina colgada en la pared más parecida a un cuadro que a una cocina.
No era que Emilse caminara nerviosa por la casa, se agazapaba como un felino, reptaba cantando como los cascabeles de una inmensa serpiente, pero no lloraba. Emilse era una mujer fuerte, solitaria.
A ella, en general, no le pasaba nada, sólo ese domingo, esa tarde, esa soledad pesada. En uno de los saltos desde el suelo a la cama tropezó con sus tetas y el espejo de golpe le devolvió su cara y una ráfaga de pecado iluminó su rostro, y sin dudarlo más llamó a Evaristo. Su amigo, su maestro, su poeta, qué sé yo cuántas cosas suyas era Evaristo. Intentó varias veces hasta conseguirlo.
-Sí, ¿dígame?
-¿Evaristo?
-Sí, ¿quién me necesita en esta tarde lluviosa y sombría?
-Su nena, su nena lo necesita, padre olímpico, madre gozadora, su nena que hoy no da más. La reina que reina sobre sí misma hoy necesita esclavizarse. Tu nena necesita que alguien le haga sentir, aunque por un instante, que la carne puede más que la palabra.
-Sí, querida, te entiendo -le contestó Evaristo-, el tiempo es cruel con las heridas que se niegan a cerrarse.
-¿No digas que no me puedes ver?
-Te digo que en estos tiempos nadie puede ver a nadie, pero precisamente en ese extremo donde las cosas pueden ser esto o lo otro, ahí, en esa línea de pura ficción intentaré estar contigo después del almuerzo.
-¡Oh, divino maestro, qué es el tiempo para quien tantos esfuerzos hace para sobrevivir! Después de almorzar puede ser exageradamente tarde. Ahora mismo es cuando el ojo de la razón está totalmente ciego. Ahora mismo soy esa puta vibrante que ambicionas tener entre tus brazos.
-Bueno, yo solamente lo escribí, no es que lo quiera exactamente -dijo Evaristo, sonriendo.
-¿Igual te quedarás escribiendo y no vendrás a verme?
-Nunca dejo de escribir, mi pequeño sueño de una tarde sombría y lluviosa de domingo, así que hasta luego.
La conversación tranquilizó a Emilse, que ahora dormitaba sobre su cama, cuando, según ella, el teléfono sonó con estridencia.
-Sí, ¿dígame?
-Soy Carlos, mi amor, necesito verte con urgencia, no sé lo que me pasa, la tarde, la lluvia, algo sombrío tiene este domingo.
-Perdóname, Carlos, pero hoy no estoy para nadie.
-Pero, querida, te necesito.
-Sí, te entiendo, pero yo necesito otra cosa, espero que sepas disculparme, luego nos hablamos, ¿sí?
-Sí, sí, claro, luego nos hablamos.

Qué pasa esta tarde, se dijo Emilse a sí misma, que estamos todos solos y como esperando que pase algo malo. Tal vez sería mejor dormir hasta mañana y luego el trabajo, la calle, todo será distinto. Mejor le hablo a Evaristo y le digo que no venga.
Antes de llamar sonó la puerta. Era Leonor, que traía, también ella, cara de preocupación.
-¡Qué lluvia! -dijo al entrar.
Y mientras besaba con ternura los labios de Emilse, en el mismo momento, o inmediatamente después, no sé, dijo Leonor, algo sombrío atraviesa la tarde.

domingo, 22 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO CINCO. EN LOS ESPACIOS DE LA ESCRITURA INTENTÉ LEER TUS PAPELES ESPARCIDOS POR LA MESA

P.D.: En los espacios de la escritura intenté leer tus papeles esparcidos por la mesa, mucho no pude, por un tonto pudor, pero lo que llegué a leer me impresionó de una manera tal que me puse muy triste pensando por qué esos poemas no estaban aún publicados. Qué ignorancia, llegué a preguntarme, acerca de tu escritura, o bien qué egoísmo conociendo su valor, hacía que guardaras esos poemas casi al borde del cesto de la basura. Dejé de leer, pero me prometí a mí misma hacerte publicar lo más rápidamente posible esos versos que a la larga serían un bien para la humanidad toda. Me voy más abierta, con belleza interior, eso se me notará en la vida, eso me hará volver.
Droga dura, tu máquina, se prueba una vez y ya no se puede dejar, ahora tengo miedo de que te enojes, que nunca más me lo permitas, aunque ya sé, que tú lo dices, que la libertad no se negocia ni se pide, si alguien la quiere para algo debe tomársela, y con ello correr los riesgos de lo que significa la libertad. Sin embargo temo tu no, como un no interior, más fuerte que cualquier pensamiento, cualquier acción. Es por eso que antes de dejarte te pido un sencillo favor. Contéstame, dime algo, aunque más no sea que no sirvo para nada, así, por lo menos, tengo a qué oponerme. Tu silencio podría matar todas mis ilusiones, es decir, tu silencio me mataría. Porque nada es una mujer sin ilusiones de ser otra cosa.
Perdona la molestia de leer lo escrito, aunque por momentos pienso que no leerás ni uno solo de los renglones de mi carta y que no existes tal cual yo te imagino, y eso me desespera. Tu respuesta, fuera cual fuera, será sorpresiva para mí. ¿Cómo saber lo que me dirás cuando ni siquiera sé lo que te digo? Espero tengas conmigo todas las consideraciones posibles.
Me despido, recordando tus manos escribiendo.

Josefina

viernes, 20 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO CUATRO. MIS MANOS TIEMBLAN CUANDO TRATO DE IMITARTE

Querido:
Mis manos tiemblan cuando trato de imitarte como una mona y divertirme con tus juegos. No sólo me tiemblan las manos, sino que también me tiemblan las manos y las vísceras más nobles, también, me tiemblan. Seguramente, cuando le cuente esto a mi analista me dirá que yo no he perdido las esperanzas de ser un hombre y, sin embargo, ¡qué mujer que me siento escribiendo, nunca tan hembra, tan independiente de mi sexo!
Sé que habrás hecho esto mismo por algunas otras mujeres, pero eso en lugar de volverme loca, como me pasaría en una situación normal, contigo me da confianza. No ser la primera me llena de confianza. ¿Qué endemoniada red será tu quietud, que sin haber tocado tu cuerpo, sin haber sostenido tu mirada ya estoy enamorada de no sé qué me hiciste sin hacerme nada?
Deseo que aparezcas y que me veas escribiendo en tu máquina, y deseo que nunca más aparezcas y, entonces, yo haría que vendría a verte y me sentaría en la silla de la máquina e intentaría arrancarte de algunas de las letras, y sería el alma del poeta mi alma, pero me excitaba más, al mismo tiempo, la idea de ser sorprendida por ti gozando de lo que yo atribuía tu goce.
Mientras escribo no sé si romperé lo escrito o lo dejaré en la máquina para que tú lo leas, y si Dios quisiera me puedas contestar. Una respuesta tuya, cualquiera fuera, a mi pequeña carta, sería para mí maravilloso, algo así como, por fin, haber encontrado un destino.
Tal vez puedas permitirme venir a contarte alguna vez por semana lo que pasa en el mundo. Podría pasarte algunos poemas, hacerte la comida y entonces, conmovido, me dejarías sentarme en tu silla y escribir en tu máquina y ya lo sé, nada de besos, nada de movimiento continuo.
Porque el muerto que habla ya ha hecho el amor, ahora está haciendo las historias de ese amor. Te prometo que cuando mi cuerpo moleste se lo entregaré al mejor postor y volveré liviana para encontrarme contigo y hablar dejando muerte y cuerpo de lado, y tú al final de la historia te darás cuenta que no molesto para nada y me dejarás vivir contigo.
Espero no haberme excedido, espero que entiendas que es la primera vez que lo hago de esta manera. Y que si no hubieras desaparecido disfrazado de joven drogado, a mí jamás se me hubiera ocurrido sentarme en tu silla para escribir en tu máquina. Amo tus manos y, aunque no deba, deseo ser acariciada por tus manos. Ágiles manos de miel y acero firme, capaces de transformar mi cuerpo en luz. Estoy contenta, debo dejarte ahora, iré a trabajar con mis pacientes.
Agradezco con humildad tu ironía.

sábado, 14 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO TRES. LA PUERTA ESTABA ABIERTA PERO EVARISTO NO ESTABA EN LA SILLA

Josefina, una vez en la calle, se dio cuenta que eran las cuatro de la mañana, esperó un rato, y al ver que no venía ningún taxi y que unos jóvenes drogadictos se acercaban a ella peligrosamente, volvió, porque llegó a pensar que era mejor enfrentar la locura con Evaristo que la muerte con esos cerdos drogados con mierda.
La puerta estaba abierta, pero Evaristo no estaba en la silla y sobre la máquina una página escrita con mayúsculas decía: HE SALIDO A LA CALLE DISFRAZADO DE JOVEN DROGADO PARA ENCONTRARME CONTIGO Y ASUSTARTE PARA QUE VUELVAS.
Josefina se dejó caer, casi desmayada, en la silla donde habitualmente estaba sentado Evaristo. Se fue reponiendo lentamente y lentamente, pero con lujuria acariciaba los costados de la máquina.
¿Qué goce exquisito y misterioso –se preguntaba Josefina- sentiría este hombre para pasarse tantas horas haciendo lo mismo? Sus manos se fueron dulcificando como si acariciaran el cuerpo del hombre deseado, y decidió también ella sentir ese goce, auque después eso la esclavizara para siempre, y entonces escribió:

jueves, 12 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO DOS. JOSEFINA LLEGÓ UNA TARDE DE VERANO Y SE SENTÓ FRENTE A EVARISTO

Tanto he vivido, decía Evaristo, que más de 100 hombres habrán de vivir para vivir lo mío. Y todo hubiera transcurrido así durante siglos si a Josefina no se le hubiera ocurrido averiguar qué cosas pasaban por la mente, por el alma de ese hombre. Todo el mundo lo temía; él, por su parte, temía a todo el mundo. El encuentro de esa manera no sería posible.
Josefina llegó una tarde de verano y se sentó frente a Evaristo, que sin levantar la vista dijo:
-¡Hola!
Y siguió escribiendo, más de cuatro horas. Cuando separó con delicadeza la máquina de él y comenzó a liar un cigarrillo, ella aprovechó para decirle.
Soy Josefina, con la cual seguramente alguna vez habrás soñado. No exactamente la mujer de tus sueños, más bien una mujer capaz de un sueño en silencio, en quietud. Algo así como ser de tus sueños la parte importante que no se ve.
Evaristo sonrió, se quitó los lentes, volvió a sonreír francamente, y le dijo:
Yo soy Evaristo, el muerto que habla, y es por eso que he dejado de soñar.
Ella se quedó callada y sentada frente a él, otras cuatro horas, mientras él caía una y otra vez sobre la máquina, se podría decir, sin ninguna piedad. Ella, con una cara de triunfo de haber encontrado por fin alguna solución a la situación creada, le dijo:
No soy tus sueños, soy la quietud más íntima que te impide soñar.
Y se levantó y se fue. Evaristo no intentó detenerla, pero después del golpe de la puerta al cerrarse, escribió en un papel a mano, y eso era siempre en él una prueba de amor: esa mujer nunca fue amada como correspondía. Tal vez, tal vez…

miércoles, 11 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO UNO. EVARISTO NADA SABIA PERO VIVIA COMO UN MUTILADO DE GUERRA...

Todo me da miedo, ya que nada de lo que diga podrá estar alejado de mí sino la longitud de mi brazo derecho que es, normalmente, el brazo que extiendo para tocar más allá, de mis labios, un cuerpo.
Evaristo nada sabía, pero vivía como un mutilado de guerra, reflexionaba y estaba todo el día sentado en la misma silla frente a una máquina de escribir con la que mantenía todo tipo de diálogos, hasta diálogos amorosos. Algo de no creer, ya que Evaristo tenía las dos piernas, los dos brazos, no padecía trastornos funcionales propios de su edad, 45 años, y sabía tratar a las personas con corrección y elegancia.
Medía más de un metro ochenta, era delgado y sus rasgos angulosos y su mirada fuerte y juvenil detrás de su pelo entrecano lo hacían irresistible a toda mujer que ya conociera el amor.
Sin embargo, Evaristo vivía como un mutilado de una guerra infernal en la que ni siquiera había participado.
Cuando alguien le hacía referencia a esa realidad, él contestaba que si su muerte no era acaso el nombre de sus muertos, y en seguida se ponía a lanzar nombres de descuartizados, hombres directamente despedazados en la vía pública, mutilados a granel, multitudes de muertos reclamando un poco de paz.
Después seguía sentado y volvía a reflexionar.
También me dan miedo los que me vienen a preguntar por qué me quedo siempre a tu lado, yo nada les contesto, pero me aferro a ti como la única, última esperanza.
Evaristo tenía sus propios deseos de libertad, pero seguía encadenado a su silla, a su máquina de escribir. De tanto en tanto levantaba la cabeza para mirar por encima de sus lentes, para leer y escribir, alguna escena de la televisión o de la vida, y luego volvía a enfrascarse en reflexiones sobre la manera de vivir, sobre la manera de morir de las personas de su siglo. Se sonreía cuando la máquina misma le dictaba una frase sorpresiva, se mataba de risa cuando de repente lo que escribía tenía que ver con él. Se sentía tocado por su escritura, a veces, y eso eran todos sus sentimientos. Después, cuando liaba sus cigarrillos y el tiempo que tardaba en fumarlos, hablaba de amor, del amor y de la guerra, del orgasmo y la muerte, como si hablara de las compras en el supermercado que él mismo realizaba, claro está, desde su silla, por teléfono.
Mirándole parecía mentira que ese hombre hubiese podido ser movido, alguna vez, por algún deseo. Más bien parecía puesto ahí para mostrar lo superfluo, lo vano del desear. Sin embargo, él había hecho gozar a las mujeres más importantes del siglo, y una, al mirarlo, se preguntaba cómo lo habría conseguido.

martes, 20 de enero de 2009

AL SALIR DEL TRABAJO ME ENCONTRÉ CON UN PERIODISTA…

Al salir del trabajo me encontré con un periodista que al principio parecía que quería ligar, después resultó ser un periodista verdadero y lo único que quería era información. Yo le dije:
- Aquí me tiene. ¿Qué información necesita? ¿Cuánto me va a pagar?
- No te hagas el chulo que a ti ya te expulsamos de la portada.
- Bueno, bueno, no quise ofender. Usted pregunta y yo contesto.
- ¿Por qué trabaja en un prostíbulo para señoras?
- Esa pregunta no se la puedo contestar.
- Vamos chaval que encubrir también es un delito.
- Que no, señor, que no se la puedo contestar.
- ¿Trabajan con capitales extranjeros?
- Que yo no soy el dueño, que soy un simple trabajador.
El periodista insiste:
- ¿Trabajan con mucho capital extranjero?
Y tomándome de la solapa me zarandea.
- Me está arrugando la ropa.
- No se preocupe, no se preocupe, quédese con la ropa arrugada que le tomo unas fotos.
Era un buen periodista, me tomó una foto de frente, otra de perfil, una lateral, una oblicua, una de atrás y, luego, se subió al balcón y me hizo una toma genital. Cuando me sacaba la última foto, me volvió a preguntar:
-¿Qué capitales extranjeros intervienen en la financiación de ese prostíbulo?
Ahí fue donde me di cuenta de lo que me preguntaba y decidí decirle toda la verdad.
- Mire, hasta los 40 años de todas las nacionalidades, de los 40 a los 60, italianas y nórdicas y después de los 60, el 90% del capital viene de Inglaterra y Alemania.
- Muy bien se ve que usted quiere colaborar. Respóndame ¿por qué trabaja en un prostíbulo para señoras?
- Que no lo sé, todos los días me hago esa pregunta y no me puedo contestar, cómo se lo voy a contestar a usted.
- Eso, así me gusta, cuando lo necesite le llamaré de nuevo. Gracias, gracias.
Cuando el periodista se estaba yendo, le dije:
-Acuérdese de lo de la portada.

lunes, 19 de enero de 2009

LA SANCIÓN, CLARAMENTE ME HA HECHO DAÑO

Escribo menos, escribo con temor, y desconozco los límites que yo creía tener muy claros. Además, no salir en portada dificulta la relación con algunos blog y amigos que estarían dispuestos a aconsejarme y a darme ejemplos para que yo escriba más y mejor.
Los prostíbulos de señoras existen en España desde hace más de un cuarto de siglo, no veo por qué la han tomado conmigo que no regenteo ninguno, sólo trabajo en uno de ellos.
Estoy tratando de explicar por qué los consejos de Bella de día y compañía no son efectivos en mí. El miedo que la Comunidad ha metido en mi alma con su sanción, inhibe todo dejarse llevar, todo vuelo.
De cualquier manera, que me hayan sancionado con la misma sanción que han sancionado a los blog de Menassa me hace sentir orgulloso ya que, paseando por You Tube yo no tengo ningún vídeo colgado y Menassa tiene cuatrocientos.
Condenar a no trabajar a quien tanto trabaja como el señor Menassa puede hasta hacerle algún bien.
En cambio castigarme a mí a no trabajar, que aún casi no he comenzado, me tiene que hacer muy mal, está claro.

domingo, 18 de enero de 2009

TODOS ME ACONSEJAN QUE ME DEJE LLEVAR. ME DEJÉ LLEVAR UNA VEZ Y CASI ME CIERRAN EL BLOG

Esta tarde cuando quise acostarme la siesta, vestida y tapadita con un doblez que le había hecho a la manta, claramente dormida, ella soñaba y hablaba en voz alta:
"Te quiero pero no te lo puedo decir".
Dos fueron los motivos por los cuales no quise escuchar lo que decía: Primero porque ella estaba durmiendo y no se le podía hacer responsable de lo que estaba diciendo. Y segundo porque yo tenía un sueño de mil demonios.
La miré con cierta ternura, me quité la ropa y me acosté debajo de las mantas. Nada más acostarme, ella se levantó de la cama y se puso a caminar, nerviosa, por la habitación vecina. Yo creía que se estaba desnudando, pasaron como diez minutos, ella entró toda vestidita, se volvió a acostar a un lado de la cama tapándose con una esquinita de la manta y creyendo que yo estaba dormido, dijo en voz alta: "Te quiero pero no te lo puedo decir".
Yo hice como que no la había escuchado y nos quedamos dormidos.

sábado, 17 de enero de 2009

ACOBARDADO POR LA SANCION, TAL VEZ, JUSTA...

Acobardado por la sanción, tal vez, justa, no se si voy a poder contar nada sabroso o inteligente. Me doy cuenta que la pregunta que me hice al llegar a la comunidad hace tres días Espero no haber llegado en un mal momento, debo ya responderme que sí, llegué en un mal momento. En la comunidad mucha gente alterada, la administración con los huevos llenos de tanta queja de los niños buenos y los niños malos. Las leyes de convivencia no se pueden aplicar tal cual deberían ser reguladas con decretos leyes, creo que se dice así.
Está claro que la derecha española esta de parabienes, lo único que hace es criticar siempre con las mismas palabras al gobierno actual, con el cual estoy totalmente de acuerdo en este momento de crisis internacional que no produjo el gobierno español sino Estados unidos, con sus estafas multimillonarias y sus guerras injustas y muy caras que esta pagando la población mundial, también España y en cuanto a la moral son todos una reproducción mal planteada del señor Rouco.
Porqué me pregunto se puede soportar el horror que está provocando Israel apoyado por estados unidos y no se puede soportar un polvo original o un amor o una vida un poco diferente.
Acaso yo soy el culpable de la existencia de prostíbulos para señoras que no encuentran en sus relaciones el goce necesario para sobrevivir a sus dolores e inconvenientes propios de su edad. Yo buscaba trabajo y encontré este trabajo de pasearme por el escaparate. Y aunque como dice la madame es un trabajo mal visto, es un trabajo.

miércoles, 14 de enero de 2009

LA MADAME ME LO HABÍA DICHO...


La madame me lo había dicho no vaya diciendo por ahí que trabaja en un prostibulo para señoras porque ese trabajo está mal visto. Pero yo soy un hombre joven y no le hice ningún caso y en la primera oportunidad que me dieron lo dije con toda la boca abierta, AHORA YA ESTOY PAGANDO LAS CONSECUENCIAS DE HABLAR. Ahora me iré a trabajar y mañana más despierto o más despreocupado podré retomar el hilo de la conversación.
Trataré que no me pasen cosas muy serias así mañana podré hablar de tonterías. Siempre quise ser uno más pero claro con este trabajo tan original algo distinto tengo que soportar ser.
Después del post anterior fui censurado a no salir en la portada de la comunidad del País. Pero algo entiendo, hay vidas insoportables.

SOY EL GUAPO DE LA NOCHE PORQUE TRABAJO EN EL ESCAPÀRATE DEL PROSTIBULO INTERNACIONAL PARA SEÑORAS

Soy el guapo de la noche porque trabajo en el escaparate del prostíbulo internacional para señoras. Y no me pregunte cual es mi trabajo porque no tengo mucho que contarles: Me paseo con atuendos lujuriosos y a veces en pelotas, de un lado para otro, dentro del escaparate.
Trabajo de las 12 de la noche a las 6 de la mañana. Llego a mi casa a las 7 de la mañana, me preparo un café con leche y me pongo a escribir. Luego duermo hasta las 15 hs; como como una bestia y duermo una siesta prolongada, casi siempre acompañado, hasta las 18,30 h.
Hago ejercicios respiratorios durante ½ hora y después de bañarme y vestirme con la ropa de ir a trabajar, a las 19,30 h ya estoy sentado, escribiendo. También leo mucho, me gusta leer novelas. Leyendo me siento acompañado, en cambio, escribiendo me siento más solo que la una.
Ayer a la noche, dos clientas del prostíbulo, la señora de Follalindo y la señora de Culohondo, me hicieron pasar una noche del demonio. Se asomaron por la puerta de atrás del escaparate junto con la madame del prostíbulo y la madame señalando a las dos mujeres me dijo: “Las señoras quieren pasar un rato contigo”. “Pero ¿por qué conmigo habiendo tantos trabajadores?”
Follalindo: “Porque tú eres el más delicado y el más respetuoso de los trabajadores de esta casa”.
Yo, pensando en voz baja “¿qué perversidad me querrán hacer estas dos viejas?”, me bajé del escaparate y me dirigí a la habitación principal del prostíbulo.
Las señoras comenzaron a desnudarse y cuando estaban en paños menores, yo intenté imitarlas quitándome la chaqueta. Una de ellas me dijo: “No, tú no, tú te quedas vestido y paseas por la habitación”. Y se terminaron de desnudar.
Los cuerpos desnudos sobre la cama de las dos mujeres, que entre las dos sumaban 120 años, se mostraban bellos y esbeltos, “cuerpos bien cuidados”, me dije, “debe ser gente de dinero”. Y como me había detenido para mirarlas, una de ellas me dijo: “puede mirarnos, pero no deje de caminar, queremos que camine como cuando está en el escaparate”.
Comenzaron a acariciarse, cada una su propio cuerpo, con lujuria, sí, pero con una delicadeza tal que me ponían cachondo. Comenzaron a suspirar y entre los suspiros una dijo: “Bueno, bájese los pantalones”.
“Y ahora ¿qué me van a hacer? Pregunté yo con cierta ansiedad.
“Siga caminando, no le vamos a hacer nada, joven, siga caminando.”.
Yo ya estaba empalmado y pregunté: “¿no me la van a chupar?”
“Que no joven, dese la vuelta que vamos a corrernos mirándole el culo.

NADIE ME DIJO QUE VINIERA, ESPERO NO HABER LLEGADO EN MAL MOMENTO

Hasta el día de hoy no tenía blog, pero tenía ojos, es decir que como un verdadero mirón estuve de aquí para allá, a veces, leyendo, a veces, me alcanzaba con mirar y ciertas páginas te obligan a escuchar. Que como se darán cuenta llevo varios días sentado en un silla practicando de todo un poco.
A mí, como a todo el mundo me cuesta mucho escribir pero con tanta lectura tanta mirada tengo unas ganas de escribir que ni yo me lo creo, antes de comenzar a decir lo mío, quiero agradecer la presencia en la comunidad del País, de la poesía, del pensamiento, de las noticias al día y explicadas, de las confesiones sentimentales, de cierto erotismo, de criticas al gobierno que, en algunos casos, me parecieron excesivas, tonterías hay, a mi modesto entender de recién llegado, demasiadas, después también están las cosas sin importancia, esas cosas por la cuales los hombres terminan haciendo la guerra y que no sirven para nada, el petróleo, el pan, la dignidad, esas cosas, precisamente, que no alcanzan para todos y ya salgo disparado, el verdadero criminal de guerra, reincidente, y que debería ser castigado sin piedad es Bush, planeó según versiones de la comunidad, lo de las torres gemelas, para poder salvar a la "cia" del desastre económico en el cual estaba metida y establecer dos guerras totalmente sucias no se sabe bien porqué sucias ambiciones.
Lo anterior era para poder decir que en este momento el criminal Bush es Israel, así que tengamos mucho cuidado, Israel es el criminal de guerra que debe ser condenado sin ninguna piedad.
Para mí está bien así, ahora voy a comer, si puedo...