sábado, 30 de mayo de 2009

Miguel Oscar Menassa me ha invitado a un recital esta tarde a las 8

RECITAL POÉTICO MUSICAL
Miguel Oscar Menassa
Sábado 30 de mayo de 2009 a las 20 h
Auditorio Municipal de Camarma de Esteruelas.
Edificio Multifuncional. C/ Daganzo, 2
Entrada por lateral (Calle Soledad)
ENTRADA LIBRE

Para poder verlo hay que acceder a la siguiente dirección:
www.helloworld.com/grupocero.
Una vez en la página hay que pinchar donde pone Live!
(situado arriba, a la derecha de la página)
Una vez que se abre pulsar Play

jueves, 21 de mayo de 2009

Relato veintiseis.¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...

-¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...
-Muy bonito -contestó el Master señalando el pasillo que daba a su consulta.
Ella, después que el Master hubiera cerrado la puerta de la consulta, y estando ya sentada en el diván, preguntó:
-¿Me tumbo?
-¿Y a mí qué me pregunta? -dijo el Master, haciendo con la manos como hacen los italianos en estas situaciones.
-Le pregunto si me tumbo -repitió Emilse, desconcertada, como si hubiera que entender algo.
-Ahhh -dijo el Master, y se quedó en silencio.
-Ayer -balbuceó Emilse-, antes de irse de casa de Josefina, me dio un beso, ¿recuerda ... ? Bueno, entonces yo pensé que a lo mejor era mejor no tumbarme hoy, pero ya veo que son tonterías.
-¿Y usted qué hubiera preferido -le dijo el Master-, acaso que le diera un cachetazo ahí delante de toda la gente? A mí me pareció más sincero darle un beso, pero si usted no quiere deberme nada, hoy, cuando se vaya, puede devolverme el beso y así quedamos a mano.
Emilse se tumbó en el diván, y luego de un silencio no muy prolongado dijo:
-Si usted, lo del beso, lo plantea así, entonces prefiero deberle ese beso, para una mejor ocasión...
Para cuando usted esté menos distante de mí, para cuando usted sea más cordial conmigo, para cuando usted me ame, entonces le devolveré el beso.
-Continuamos la próxima -dijo tranquilamente el Master.
-¿Y ahora qué le hice? -protestó Emilse sin incorporarse.
-Nada, por eso podemos continuar la próxima -respondió el Master con una sonrisa.
Él la acompañó por el pasillo caminando detrás de ella hasta la puerta, se despidieron con un movimiento de cabeza y Emilse sonrió en el saludo.
El Master volvió a la silla del ordenador y escribió:
Una corriente de humo negro siempre atraviesa las entrañas del sujeto.
Todo es posible, siempre. Y de eso no se cura nadie.
Una comida sin sal es sosa.
Con sal está bien.
Con más está salada.
Y con mucha sal está incomible.
¿Hay una medida?, me pregunto, ¿hay una medida que mide la humanidad?
No puedo creerlo, pero actualmente la gente vive creyendo que una medida los mide como humanos.
Nadie es en estas épocas del mundo.
Todo es, un deber ser, insostenible.


Relato veintiseis.¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...

-¿Qué pasa, doctor? Hoy es un día maravilloso...
-Muy bonito -contestó el Master señalando el pasillo que daba a su consulta.
Ella, después que el Master hubiera cerrado la puerta de la consulta, y estando ya sentada en el diván, preguntó:
-¿Me tumbo?
-¿Y a mí qué me pregunta? -dijo el Master, haciendo con la manos como hacen los italianos en estas situaciones.
-Le pregunto si me tumbo -repitió Emilse, desconcertada, como si hubiera que entender algo.
-Ahhh -dijo el Master, y se quedó en silencio.
-Ayer -balbuceó Emilse-, antes de irse de casa de Josefina, me dio un beso, ¿recuerda ... ? Bueno, entonces yo pensé que a lo mejor era mejor no tumbarme hoy, pero ya veo que son tonterías.
-¿Y usted qué hubiera preferido -le dijo el Master-, acaso que le diera un cachetazo ahí delante de toda la gente? A mí me pareció más sincero darle un beso, pero si usted no quiere deberme nada, hoy, cuando se vaya, puede devolverme el beso y así quedamos a mano.
Emilse se tumbó en el diván, y luego de un silencio no muy prolongado dijo:
-Si usted, lo del beso, lo plantea así, entonces prefiero deberle ese beso, para una mejor ocasión...
Para cuando usted esté menos distante de mí, para cuando usted sea más cordial conmigo, para cuando usted me ame, entonces le devolveré el beso.
-Continuamos la próxima -dijo tranquilamente el Master.
-¿Y ahora qué le hice? -protestó Emilse sin incorporarse.
-Nada, por eso podemos continuar la próxima -respondió el Master con una sonrisa.
Él la acompañó por el pasillo caminando detrás de ella hasta la puerta, se despidieron con un movimiento de cabeza y Emilse sonrió en el saludo.
El Master volvió a la silla del ordenador y escribió:
Una corriente de humo negro siempre atraviesa las entrañas del sujeto.
Todo es posible, siempre. Y de eso no se cura nadie.
Una comida sin sal es sosa.
Con sal está bien.
Con más está salada.
Y con mucha sal está incomible.
¿Hay una medida?, me pregunto, ¿hay una medida que mide la humanidad?
No puedo creerlo, pero actualmente la gente vive creyendo que una medida los mide como humanos.
Nadie es en estas épocas del mundo.
Todo es, un deber ser, insostenible.


sábado, 16 de mayo de 2009

Relato veinticinco. Se llegó hasta la librería del salón y cogió al azar dos libros.

Se llegó hasta la librería del salón y cogió al azar dos libros, el primero no llegó a saber de quién se trataba, en el segundo se detuvo el tiempo suficiente para saber que era un libro de Borges, siete conferencias dictadas un poco antes de morirse, algo sustancial para el hombre, se dijo, pero en verdad no pudo leer sino las dos primeras páginas, dejó el libro y volvió al ordenador, y escribió:
Páginas vibrantes habrán de escribirse para decir quién soy, pero yo no seré.
¡Cuántas veces quise vengarme de todos, no escribiendo nunca más ni una sola palabra! Pero, después, no puedo.
Hay algo en mí que no me pertenece, algo que ya no puedo controlar. Eso que no me pertenece y no soy es lo que sigue escribiendo cuando yo ya quisiera morir o cosa parecida.
Pero un niño no puede morir, se dijo el Master, y eso le volvió a dar una risa de no poder más, dejó la silla del ordenador y se fue tosiendo y riendo hasta el baño, y se mojó la cara, se peinó, se puso los pantalones, se abrochó la camisa dejando sin abrochar sólo el botón del cuello.
Cuando se miró en el espejo a ver cómo quedaba otra vez vestido de médico y se vió la cara un poco colorada, se dijo.
-Espero no morir un día de hipertensión como un viejo boludo.
Después se puso la chaqueta de cuero que lo hacía alto y delgado, y se sentó a esperar. En unos minutos llegaría su primera paciente del día, ya que las cartas y todo eso él lo hacía a la mañana, antes de comenzar a trabajar.
Escribir en realidad pertenecía más al mundo de sus sueños, emparentado con la noche, que a su realidad material.
Cuando sonó el timbre él ya lo sabía, fue hasta la puerta, la abrió y devolvió con un leve movimiento de cabeza el saludo cordial de su paciente.

viernes, 15 de mayo de 2009

Relato veinticuatro. El Master cerró la carta y se quedó un tiempo sin hacer nada.

El Master
El Master cerró la carta y se quedó un tiempo sin hacer nada; después, con parsimonia, lió un porro al estilo de Evaristo, que se podía suponer por las edades que tenían cada uno que Evaristo aprendió a liar del Master. Cuando terminó de liar fumó, sin pensar en nada, calada tras calada, hasta terminar el porro, apagó la colilla y se dijo en voz alta, como cuando daba sus conferencias para más de 100 personas.
Crecer es inaudito, y comenzó a reír de tal manera que si en ese momento lo hubiera visto alguno de sus pacientes hubiera pensado que él también estaba un poco loco.
Como un niño, decía sin parar de reír, que parecía que lo estaban matando.
Un niño, un niño, ¿qué es lo que puede tener un niño? Bueno, un niño puede tener un poco de caca, un poco de moco, un poco de leche, algunos caramelos y muy poco dinero, y esto lo hacía reír aún más fuerte.
Sin dejar de reír se sacó los pantalones aprovechando que estaba solo en casa, y que él otras veces lo había dicho, se escribe con mayor libertad en calzoncillos, después desabrochó los botones de su camisa, partiendo desde arriba, desde el botón del cuello, hasta el cuarto botón, y así, disfrazado de joven descamisado en calzoncillos, fue hasta el baño para mirarse en el espejo, y se vio tan joven que prácticamente exclamó:
-¡Y quién va a creer que yo tengo 65 años!
¡Con esta piel! Y pasó su mano por el centro de su pecho y, claro, sintió, que su piel era suave y sin arrugas.
Sólo su barba entrecana era su edad, el resto no se sabía nunca a quién correspondía, él lo sabía, y eso había sido casi su perdición. Estaba cansado ahora de tanta belleza, tanta alegría producida a su alrededor a causa de la característica de su piel, cansado de tanta creación y tan poco dinero.
Todo a su lado rejuvenecía y, claro, a la gente le terminaba gustando más rejuvenecer que trabajar para ganar algún dinero o llevar adelante alguna relación social que, al fin y al cabo, todas ellas traen preocupaciones y el consiguiente envejecimiento.
El ya estaba harto de esta situación, y para demostrarlo se agarró los huevos, mejor dicho, todo el paquete genital, y le hizo hasta seis señas al espacio.
Su vida hasta aquí había sido sus versos, era capaz de cualquier humillación con tal que le dejaran escribir sus versos, pero también estaba cansado de eso.

martes, 12 de mayo de 2009

Relato veintitres. Querida Jefa de nuestro jardín más bello

Querida Jefa de nuestro jardín más bello:
Hoy es un día especial, esos días que me alegro que vos estés en Buenos Aires, porque eso quiere decir que yo algún día podré ir a Buenos Aires.
Aquí, en Madrid, dos veces por día, me hacen sentir que algo me quitan o algo no me dan por ser argentino. Lo que quiere decir que aquí, en España, los argentinos pagamos diezmo.
De cualquier manera sé, por vuestras cartas, que es casi imposible vivir en Buenos Aires, aunque en Buenos Aires, por ahí, es bueno ser argentino.
Estoy preocupado en encontrar caminos del pensamiento que me permitan transformar este estado de cosas que por ser argentino, mejor dicho, por haberlo sido, no me dejarán en España nada, casi nada grande.
Sin embargo, pienso que deberían existir caminos más sencillos para hacer que algunos cuantos versos tengan una vida duradera y puedan viajar por todo el mundo posible.
Hoy estoy verdaderamente raro, inquieto, como si algo malo, muy malo, estuviera ocurriendo.
Hay días que me siento rodeado por las enfermedades, la locura, la muerte. Pero esta vez es todo muy distinto, ¿y sabes por qué? Porque ahora tengo unos dineros en mi cuenta bancaria, y ese dinerillo en el banco es lo único de mí que no puede matar nadie, ni siquiera los españoles. Ese dinero en el banco, después de los ataques, la injurias y los infinitos obstáculos salvados, es mi cuerpo, el cuerpo sobre el cual, luego, vuelve a crecer mi alma.
Mi poesía, aunque llegara a ser la mejor, que eso ya es muy complicado, nunca será bien concebida aquí, en España. Mi personalidad no va para este pueblo. La dimensión de mi voz más que conmoverles les aturde, les enceguece en mi contra.
Algunos españoles, por mi poesía, han llegado a tomársela con mi persona, ¿entiendes?
Por eso hoy me da alegría escribirte una carta sabiendo que vives en Buenos Aires y que, algún día, las cosas podrían girar de tal manera que yo aparezca viviendo en Buenos Aires y que todo este infierno actual será pasado o escritura. Y no como ahora, que es vida cotidiana imposible. Falta presente.
Mientras miro la televisión, enciendo un cigarrillo para fumármelo tranquilamente y pienso que con el correr de las horas alcanzaré mejores formas, alguna otra manera de mirar lo mismo.
Que el número 4 de los fascículos de Poesía y Psicoanálisis lleve la publicidad del diario PÁGINA 12 me parece sensacional.
Eso que está pasando en Buenos Aires con nuestros libros también es mi cuerpo.
Como ves, un pedacito de mi cuerpo en el dinerillo que tengo en el banco, y otro pedacito en la distribución de nuestros libros en Buenos Aires, es decir, en tus manos.
Me despido, por ahora, con un fuerte abrazo.

domingo, 10 de mayo de 2009

Relato veintidos.

Ricardo no dejaba de tocar y cantaba ahora la Traviata con mucho sentimiento.
Ella se acercó al piano y se sentó encima del teclado, en el movimiento perdió la camisa y Ricardo no tuvo más reme-dio que ver esos pechos suyos, tan serenos, tan redondos, tan bien puestos en una mujer de su edad, y dejó de cantar para coger la camisa de Josefina del piso y colocársela de nuevo sobre los hombros.
Apretó suavemente sus manos en los dos hombros de Josefina y ella se dejó hacer, pero parecía menos decidida ahora a hacer el amor con Ricardo que cuando había entrado en el salón.
El salón le traía recuerdos de la noche.
Ricardo percibió algo inconsciente en ella, y le dijo:
—Entre los indios solíamos dormir juntos no para follar, sino simplemente para hacernos compañía. Y no es que yo sea exactamente un indio, pero si tú quieres, podemos dormir juntos.
La manera de proponérselo excitó a Josefina, que nunca terminaba de saber qué era lo que la excitaba de los hombres, del otro estaba loca por su escritura, el Profesor la volvía loca con sus palabras, y ahora éste la excitaba no tanto por la propuesta de dormir juntos, sino por la retórica de la propuesta.
De cualquier manera, ese no era momento para reflexionar lo que le pasaba con los hombres justo ahora que le estaba pasando, y prefirió dar ese paso atrás que él le pedía y, entonces, le dijo:
—Ven, vayamos al dormitorio, que estaremos más cómodos.
Ricardo se sentó sobre sus piernas al lado de la cama, ella se tumbó, literalmente, en la cama, dio suspiros, tres o cuatro, y dijo en voz alta, no tanto para Ricardo, sino para Evaristo:
—Así es la vida, aunque nadie la quiera vivir, así es la vida.
Ricardo, desde el suelo, con voz parsimoniosa, agradable, le dijo:
—Qué rara que es la vida ¿viste? Yo debo haber sido el único de los hombres de esta noche que no estaba en tu lista para dormir contigo, ¿viste? La vida es así.
Bueno, pensó Josefina para sus adentros, Ricardo no es ningún gilipollas, así que Evaristo y el Profesor hoy se pueden ir a la mierda y, contestándole a Ricardo:
—No vayas a creer que no he pensado en ti, pero también llegué a pensar que no sé si te interesaría hacer el amor con una mujer mayor que tú.
—Yo —devolvió Ricardo— había pensado que a toda una señora como tú no le gustaría dormir con un indio y encima hacer cosas de indios, en lugar de hacer el amor, acompañarse.
—Bueno —dijo Josefina riéndose—, en verdad no estamos hechos el uno para el otro.
—Menos mal —agregó Ricardo mientras se quitaba los zapatos y se tiraba él también en la cama.

viernes, 8 de mayo de 2009

Relato veintiuno. Josefina dormitaba y, de golpe, se sobresaltaba por algunas imágenes

Josefina dormitaba y, de golpe, se sobresaltaba por algunas imágenes donde ella, con un ímpetu desconocido, se quedaba un mes escribiendo y conseguía, por fin, entrar por los senderos del poema, y eso la hacía más feliz que tener éxito como profesional, que ya lo tenía y nada, en ella, calmaba o colmaba ese bien quehacer.
En los sueños donde ella triunfaba como escritora siempre estaba Evaristo al lado de ella. Esto mismo ya le había pasado con el psicoanálisis, cuando se veía triunfar en su carrera médica, siempre veía a su lado al Profesor.
No cabía ninguna duda, después de su marido y de su psicoanalista, era evidente que Josefina sentía haber conocido, por fin, el tercer hombre de su vida.
Sintió cómo se iban los que aún quedaban en su casa. Sintió cómo apagaban algunas luces. Escuchó las puertas de la casa al cerrarse. El ruido de las puertas de los automóviles y, luego, el ruido del motor y, alejándose, el ruido de los neumáticos sobre el camino de piedras.
Se quedó más tranquila, se incorporó en la cama, buscó en la mesilla de noche algún libro y tropezó con el cuaderno en el cual, todas las noches, trataba de escribir lo que había pasado durante el día, sin conseguirlo.
Se entusiasmó de tener un cuaderno entre sus manos. Pensó que podía intentar escribir. Inmediatamente pensó que mejor lo dejaba hasta que Evaristo le contestara su carta, mejor se dormía y así se tranquilizó.
Cuando Josefina estaba, aunque sin mucha convicción, tratando de dormirse, escuchó que alguien, claramente en el salón de su casa, hacía sonar al piano lo que ella, entre dormida, creyó escuchar magnífico sonido.
Se colocó una camisa en los hombros y fue a ver quién se había quedado en la casa y por qué estaba tocando el piano.
Su corazón latió apresuradamente pensando que a lo mejor Evaristo le había hecho esa broma.
Pero sólo fue un instante, Evaristo no tocaba el piano.
Ricardo, con entusiasmo, le daba a las teclas literalmente una paliza, tocaba como si fuera la última vez que lo haría.
Cuando entró Josefina al salón además de tocar, con voz de barítono, cantó Una furtiva lágrima.
Josefina sonrió para ella y se dijo:
Bueno, no está mal que sea Ricardo con quien tenga que hacer el amor, para ir pura, sin deseos, mañana a verlo a Evaristo.

domingo, 3 de mayo de 2009

Relato veinte. Josefina no había tenido nunca demasiados problemas con ese asunto de los hombres.

Josefina no había tenido nunca demasiados problemas con ese asunto de los hombres. Había tenido sus primeras relaciones sexuales a los diecinueve años. Luego se había casado, había tenido dos hijos que ya estaban en la universidad. Había tenido amantes, en fin, una vida sexual, si se quiere, intensa.
No era, exactamente, follar lo que más le interesaba en ese momento de su vida. Pero Evaristo, algo de ese hombre, le provocaba cosas que ni los embarazos de sus hijos le provocaron.
Algo de la creación me daría ese cuerpo en su contacto, pero, también, era una locura pensar así.
Josefina se había separado de su marido hacía algo más de diez años, y se había casado, en segundas nupcias, con un proyecto social. La Escuela de Psicoanálisis que dirigía el Profesor, su psicoanalista.
Su carrera era brillante, sólo le faltaba el toque mágico de la escritura, que no era que no lo tuviera. Ella pensaba en una inhibición en ese circuito de su alma, y no en una mutilación, y Evaristo era, no porque lo fuera, exactamente, sino que ella lo veía así, el eslabón perdido de sus inhibiciones.
Él prometió, antes de irse, contestarme la carta. Por otra parte, pienso que lo único que yo le he pedido seriamente es que me conteste esa carta, que me diera la posibilidad de ese diálogo por escrito, y sólo habían pasado unas horas y yo ya me lo quería follar.
Me parece, se dijo Josefina, que tengo que aclarar mis ideas. ¿Cómo es que a los cuarenta años no sepa si quiero ser escritora o prostituta?
Hay algo que no entiendo, y eso me pone fuera de mí.
En eso que no entiendo, en eso que no entrego a la circulación, se detiene la vida en mí. Por eso amo a ese hombre, porque me parece que no necesita para vivir tantas tonterías para sobrevivir.

viernes, 1 de mayo de 2009

Relato diecinueve. Cuando se fue Evaristo, Joserina sintió que se había acabado la noche, la fiesta, la vida.

Cuando se fue Evaristo, Josefina sintió que se había acabado la noche, la fiesta, la vida. Y aunque él le había invitado a su casa mañana, hoy todo había perdido su sentido. Les dijo a los pocos invitados que todavía quedaban en su casa que se podrían ir cuando quisieran, que ella se iría a descansar a su dormitorio.
Mientras se desnudaba, para meterse en la cama, llegó a pensar:
A lo mejor Evaristo volvería como ella había vuelto aquella noche en su casa.
Descartó en seguida la idea, pensando que sería difícil que, en la calle, lo asustaran walkirias asesinas para que él volviera corriendo a sus brazos.
Así que dejaré por ahora el asunto, se dijo. Sin embargo, pienso que me resulta muy difícil sostener el deseo por un hombre sin hacer el amor con él.
Yo, en la carta, le dije que era la primera vez que lo hacía así de esta manera. Él debe haber supuesto que esa manera sin uso anterior en una mujer de más de cuarenta años no podía tratarse de mi cuerpo, de mi sexo.