domingo, 22 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO NUEVE. UNOS MESES MÁS TARDE, CUANDO LA VOLVÍ A ENCONTRAR FUE EN UN RECITAL

Unos meses más tarde, cuando la volví a encontrar fue en un recital, parecía más joven y me dijo al pasar que pertenecía a una Escuela de Psicoanálisis y que se analizaba con Josefina, psicoanalista de la escuela de la que yo era su director, y que llevaba adelante conmigo lo que ella llamaba su psicoanálisis didáctico.
El recital era en la calle Ferraz, un grupo de españoles, argentinos, franceses y polacos, que organizaban conferencias y recitales y tenían muy bien organizado, desde hacía muchos años, un seminario de tres años de duración de la obra de Sigmund Freud; pero hoy se trataba de un recital de poemas de uno de los mejores poetas del Grupo Lamda, Evaristo, creo que sólo se llama Evaristo, así publica todos sus libros. De él llegan a decir, algunas mujeres, un hombre sin apellido, sin religión, sin patria, ya que de todos ellos era del único que no se podía precisar si era árabe o inglés, español culto o argentino venido a menos, a veces, dicen algunas mujeres, no todas, Evaristo, no tenía apellido porque era un ser del espacio exterior, un extraterrestre.
La Escuela de Ferraz estaba llena de gente, más de 200 personas, al fin y al cabo Evaristo, aunque a mí me dé no sé qué en contra, es algo muy serio como poeta, tal vez el mejor en lengua castellana, aunque él parezca no saberlo, ya que se deja llevar de un lado para otro y la gente que le rodea ni lee sus versos. Durante todo el recital tuve que soportar ver que Josefina se levantaba en puntas de pie para ver los ojos de Evaristo cuando éste leía sus versos, y a mi lado, Rosi Provert temblaba hasta lo último con esas palabras, o ni siquiera, con esa voz. Lo que hacía ese hombre con las mujeres era envidiable, y yo, sanamente, claro está, lo envidiaba.
Evaristo tiraba sus versos como si fueran piedras, algo nos despreciaba, sus versos eran verdad tras verdad, las palabras adquirían en sus versos la mayor libertad posible.
En verdad, en ese momento preferí que ese hombre no se me cruzara en el camino.
Josefina, arrebatada de pasión, cuando terminó el recital invitó a un montón de gente a comer algo, a beber algo en su casa de Torrelodones. Entre los invitados estábamos, por supuesto, yo, Evaristo y Rosi Provert. Cuando Josefina me invitó a mí, lo hizo de una manera excitante:
-¿Tal vez tengas algún otro compromiso?
-No, no tengo ningún otro compromiso, pero si tú piensas que te será dificultoso ligarte a Evaristo delante de tu mamá, puedo no ir a tu casa e ir a sentarme en el sillón a esperar que vuelvas llorando mañana pidiendo disculpas.
-No me interpretes -dijo Josefina al borde de la irritación o de la risa.
Entonces yo le dije:
-¿Qué hago entonces, te beso?
-Eres intratable, haz lo que quieras.
-Tu deseo, entiendo -le dije-. Iré.

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