sábado, 14 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO OCHO. ROSI PROVERT ERA MÉDICA PSIQUIATRA EN UNO DE LOS GRANDES HOSPITALES

Rosi Provert era médica psiquiatra en uno de los grandes hospitales urbanos en el pleno centro, por decir de alguna manera, de Madrid. Tenía una rara concepción de la vida y, por lo tanto, de la enfermedad mental y su posible curación o su probable tratamiento. Había estudiado medicina con ahínco y tesón. Hizo la carrera de medicina y la residencia de psiquiatría, todo en ocho años, sin conocer el porro, ni el sexo, ni la cerveza, ni el cupón de ciegos.
Yo la conocí en un congreso sobre psicoterapia, cuando ella cursaba segundo año de la residencia de psiquiatría y tenía a su cargo el tratamiento de 34 pacientes y sus familias, ganaba 900 euros, no tenía novio y el dinero no le alcanzaba sino para pagar el alquiler del piso en el barrio de Vallecas, vestirse dignamente y comprarse algunos libros en inglés que hablaban de los últimos tratamientos más modernos en la contención amorosa de los pacientes psicóticos y sus familiares, que en general no venían del todo sanos, sino que a veces el paciente era en realidad el más sano de la familia.
Cuando uno de los ponentes comentó la formalidad psicoanalítica para el tratamiento de la familia del paciente psicótico, Rosi Provert pidió el micrófono y, llorando a los gritos, dijo que no daba más, que todos nosotros (por los ponentes) muchas palabras, muchas palabras, pero nada de soluciones, porque ella se mataba todos los días y no conseguía ver ningún progreso ni en el paciente ni en la familia, sino esa sonrisa con la que la recibían, por lo menos, más de la mitad de sus pacientes.
Que cómo era posible que solamente hablando, sin medicación, se pudiera curar al paciente psicótico, si ella ni con medicamentos a granel conseguía casi nada de los pacientes.
Como nadie se animaba a contestarle, yo pedí el micrófono y lo primero que dije fue:
-Señorita... -y me quedé callado para que ella llenara mi vacío con su nombre, y ella me complació rápidamente.
-Me llamo Rosi Provert y trabajo en la residencia del hospital más grande de Madrid.
Y entonces fue cuando le dije:
-Doctora Rosi Provert, quiero hacerle saber que usted, sin ser medicada por nosotros, y con la sola invitación de que hablara, usted ha comenzado sin ninguna otra ayuda a hablar de sus problemas, que si quiere, si me permite, le diré que se reducen a su formación. Perdóneme si la he molestado.
Y ella entonces fue cuando se descubrió para mí en todo su encanto.
-De ninguna manera, ha sido usted muy amable para con mi inteligencia, ha supuesto que yo podía entender lo que usted me decía, y eso, aunque todavía sin comprender lo que me ocurre, me ha halagado. Gracias.

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