domingo, 8 de marzo de 2009

RELATO NÚMERO SIETE. MIENTRAS EMILSE TRATABA DE COMUNICARSE CON EVARISTO, SONÓ NUEVAMENTE EL TIMBRE

Mientras Emilse trataba de comunicarse con Evaristo, sonó nuevamente el timbre. Esta vez era Evaristo en persona acompañado de una bella mujer de mirada inquietante. Evaristo hizo las presentaciones de rigor.
-Josefina -dijo, señalando a la mujer que venía con él. Y luego, mirándonos a nosotras:
-Emilse, Leonor. Se besaron con entusiasmo y se sentaron los cuatro a la mesa pequeña del salón.
Evaristo tuvo la necesidad de explicar que al salir de su casa se encontró con Josefina y por eso la había traído con él.
-A nosotras no nos molesta -dijo Leonor-, pero a lo mejor, quién sabe si tú puedes con las tres.
Y hubo una risa franca de las tres mujeres, tal vez, como un desafío para Evaristo, tal vez, como una sentencia. Él, también, sonrió y siguió liando su cigarrillo. En cualquier momento comenzaría a contar alguna historia de amor.
Ellas lo sabían, cuando él liaba un cigarro nadie se salvaba de escuchar alguna historia de amor.
-Sé, a veces, que no concuerdan mis cuentos con vuestras ideas, pero mis cuentos son cuentos antiguos que no dejarán de pasar. Hubo una vez, en América, hace 500 años, una india que fue violada por un español. Ésta, avergonzada, al encontrarse con su enamorado, dijo:
-Yo no soy digna de tu amor, me he dejado violar por el blanco, para que no me mataran. No soy digna de tu amor.
A lo cual, el indio jefe respondió:
-Eres merecedora de mi amor, porque todavía estás viva.
Y, en ese momento, llegaban de nuevo los españoles, que los mataron a los dos, mientras se abrazaban.
Evaristo dejó escapar una bocanada de humo y dejó caer una mirada cómplice sobre las tetas de Leonor.
-¿Pero el indio jefe -preguntó tímidamente Emilse- sabía que los iban a matar a los dos, o cuando la abraza piensa que van a seguir viviendo?
-Y eso ¿qué tiene que ver? -preguntó Leonor-. El indio la perdonó porque la quería, no porque iba a morir.
-El que sabía todo -dijo Evaristo- era el español. Sabía que la india se dejaría violar antes de morir, sabía que iría a contárselo a su indio, y que éste, que aún no era cristiano, la perdonaría, y en ese momento el español sabía que se irían a abrazar, y él, entonces, aprovecharía para matarlos. Esto último, también, sabía el español.
-Pero, macho -dijo Josefina-, no es para tanto, el indio también se la había follado a la india antes que lo hiciera el español. El indio sabía entonces que ella era capaz de gozar, si la apresaban era casi seguro que la violaban.
-¿Qué dices? -arremetió Leonor-, hablas como hablaba Hernán Cortés, ¿no serás española? El indio no sabía nada; mejor, estaba equivocado. Cuando abrazó a su india, abrazaba por primera y última vez en su vida el cuerpo de una mujer que había cohabitado con un dios blanco, que como se sabe son los mejores dioses. Esa codicia sexual lo distrajo, y en esa distracción, intentando un acercamiento a Dios, encuentra su muerte y deja su tierra en manos de los españoles, es decir, condena a su prole a vivir, en sus propias tierras, en esclavitud.
-A mí -dijo Josefina- me parece que se exceden en sus conclusiones, los indios también tenían entre ellos clases inferiores y practicaban sacrificios humanos.
-Bueno -dijo Emilse-, pero eso de los sacrificios humanos no es para hablar mal de los indios. En pleno Madrid, cuando uno camina por la calle se da cuenta que los Estados modernos sacrifican a muchos ciudadanos en beneficio de otros. Alguien muere para que alguien viva. No se puede culpar por eso al indio.

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