viernes, 20 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO CUATRO. MIS MANOS TIEMBLAN CUANDO TRATO DE IMITARTE

Querido:
Mis manos tiemblan cuando trato de imitarte como una mona y divertirme con tus juegos. No sólo me tiemblan las manos, sino que también me tiemblan las manos y las vísceras más nobles, también, me tiemblan. Seguramente, cuando le cuente esto a mi analista me dirá que yo no he perdido las esperanzas de ser un hombre y, sin embargo, ¡qué mujer que me siento escribiendo, nunca tan hembra, tan independiente de mi sexo!
Sé que habrás hecho esto mismo por algunas otras mujeres, pero eso en lugar de volverme loca, como me pasaría en una situación normal, contigo me da confianza. No ser la primera me llena de confianza. ¿Qué endemoniada red será tu quietud, que sin haber tocado tu cuerpo, sin haber sostenido tu mirada ya estoy enamorada de no sé qué me hiciste sin hacerme nada?
Deseo que aparezcas y que me veas escribiendo en tu máquina, y deseo que nunca más aparezcas y, entonces, yo haría que vendría a verte y me sentaría en la silla de la máquina e intentaría arrancarte de algunas de las letras, y sería el alma del poeta mi alma, pero me excitaba más, al mismo tiempo, la idea de ser sorprendida por ti gozando de lo que yo atribuía tu goce.
Mientras escribo no sé si romperé lo escrito o lo dejaré en la máquina para que tú lo leas, y si Dios quisiera me puedas contestar. Una respuesta tuya, cualquiera fuera, a mi pequeña carta, sería para mí maravilloso, algo así como, por fin, haber encontrado un destino.
Tal vez puedas permitirme venir a contarte alguna vez por semana lo que pasa en el mundo. Podría pasarte algunos poemas, hacerte la comida y entonces, conmovido, me dejarías sentarme en tu silla y escribir en tu máquina y ya lo sé, nada de besos, nada de movimiento continuo.
Porque el muerto que habla ya ha hecho el amor, ahora está haciendo las historias de ese amor. Te prometo que cuando mi cuerpo moleste se lo entregaré al mejor postor y volveré liviana para encontrarme contigo y hablar dejando muerte y cuerpo de lado, y tú al final de la historia te darás cuenta que no molesto para nada y me dejarás vivir contigo.
Espero no haberme excedido, espero que entiendas que es la primera vez que lo hago de esta manera. Y que si no hubieras desaparecido disfrazado de joven drogado, a mí jamás se me hubiera ocurrido sentarme en tu silla para escribir en tu máquina. Amo tus manos y, aunque no deba, deseo ser acariciada por tus manos. Ágiles manos de miel y acero firme, capaces de transformar mi cuerpo en luz. Estoy contenta, debo dejarte ahora, iré a trabajar con mis pacientes.
Agradezco con humildad tu ironía.

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