sábado, 14 de febrero de 2009

RELATO NÚMERO TRES. LA PUERTA ESTABA ABIERTA PERO EVARISTO NO ESTABA EN LA SILLA

Josefina, una vez en la calle, se dio cuenta que eran las cuatro de la mañana, esperó un rato, y al ver que no venía ningún taxi y que unos jóvenes drogadictos se acercaban a ella peligrosamente, volvió, porque llegó a pensar que era mejor enfrentar la locura con Evaristo que la muerte con esos cerdos drogados con mierda.
La puerta estaba abierta, pero Evaristo no estaba en la silla y sobre la máquina una página escrita con mayúsculas decía: HE SALIDO A LA CALLE DISFRAZADO DE JOVEN DROGADO PARA ENCONTRARME CONTIGO Y ASUSTARTE PARA QUE VUELVAS.
Josefina se dejó caer, casi desmayada, en la silla donde habitualmente estaba sentado Evaristo. Se fue reponiendo lentamente y lentamente, pero con lujuria acariciaba los costados de la máquina.
¿Qué goce exquisito y misterioso –se preguntaba Josefina- sentiría este hombre para pasarse tantas horas haciendo lo mismo? Sus manos se fueron dulcificando como si acariciaran el cuerpo del hombre deseado, y decidió también ella sentir ese goce, auque después eso la esclavizara para siempre, y entonces escribió:

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