martes, 14 de abril de 2009

Relato dieciseis. Mientras el Profesor conducía con cierta seriedad el automóvil, Rosa, para salir del silencio, le preguntó...

Mientras el Profesor conducía con cierta seriedad el automóvil, Rosi, para salir del silencio, le preguntó:
—¿Y usted, Profesor, qué edad tiene? A ver, no me diga nada, déjeme adivinar. Josefina puede tener unos cuarenta años, usted..., usted puede tener cincuenta años. ¿Acerté?
—Sí, más o menos —contestó el Profesor—, el próximo mes de noviembre voy a cumplir sesenta y cinco años.
—En verdad no se le notan por ningún lado —dijo, divertida, Rosi, dándole una palmada en la pierna del acelerador.
—Sí, en algunos lugares se me nota —agregó, circunspecto, el Profesor.
—¿Adónde me lleva? —preguntó Rosi con inquietud.
—A su casa, ¿o usted preferiría ir a otro lugar? —y frente al silencio de Rosi, el Profesor preguntó a su vez—. Y usted, ¿qué edad tiene?
—Me avergüenzo —dijo Rosi—, tengo apenas treinta años y me siento bastante más vieja que usted. En lugar de arrastradle a usted tras mis perfumes, me dejo arrastrar por sus amables rechazos. ¿Me daría un beso si se lo pido?
—Un beso, sí —dijo el Profesor—, pero después del beso, ¿qué me va a pedir?
—Cuidado con el semáforo, que se puso rojo.
—Sí, ya lo ví, y luego del beso, ¿qué me va a pedir?
—Venga, Profesor, lléveme a su casa. No se lo contaré ni siquiera a Josefina.
—¿Y por qué —dijo sorprendido el Profesor— habría de importarme a mí que usted le cuente o no a Josefina?
—Bueno —titubeó Rosi—, como Josefina es mi psicoanalista y al mismo tiempo, creo..., es su paciente, yo pensé...
—Sí —interrumpió el Profesor—, Josefina es su psicoanalista, pero no, como usted cree, su novia y, por otra parte, y no en el mismo momento, es mi paciente, pero no, como usted cree, mi marido. Así que por ahora, con tanta confusión mejor la llevo a su casa. ¿Qué le parece?

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