jueves, 9 de abril de 2009

Relato número trece. Evaristo, desprendiéndose literalmente de las dos mujeres, me contestó...

Evaristo, desprendiéndose literalmente de las dos mujeres, me contestó, antes de que hubiera silencio entre mi pregunta y su comentario:
—Yo muchas veces me pregunté si un poeta podría trabajar de psicoanalista, y terminó, cada uno pregunta por lo que no sabe o no se imagina pudiendo del todo.
Su interpretación me tocó, mi problema era el verso, el suyo la interpretación, ese hombre era más inteligente que muchos psicoanalistas, cada vez que hablaba me lo hacía pensar.
—Todos los psiquiatras nos sentimos poetas cuando entendemos lo que un loco nos quiere decir —comentó Rosi Provert, con coquetería.
—Es una cuestión del deseo, terció Josefina con fuerza (por lo menos a ella le pasaba así), cuando el deseo está en comerse el coco, psicoanálisis, locura, cuando el deseo es la libertad, entonces aparece el verso, lo inasible se concreta en una combinación exitosa.
El desconocido, mirando con algún desprecio a Josefina y sonriendo apenas, dijo:
—Se pueden tener dos deseos, ¿no?
El silencio que yo hubiera querido producir con mi pregunta, lo produjo el desconocido con su intervención. Esta noche me iría a salir todo mal. Pensé en cien maneras de continuar la conversación y todas me parecían estúpidas, hasta que nuevamente el desconocido pudo romper el silencio que él mismo había generado.
—Preguntarse si un psicoanalista puede escribir versos es como preguntarse si una mujer puede o no puede abrir las piernas; bueno, la respuesta es muy fácil, a veces puede y a veces no puede.
Se restregó las manos, como si hubiera llegado a alguna conclusión, y se levantó de la mesa, y antes de perderse entre la gente que había en la casa, besó con afabilidad a Leonor y Emilse y saludó con un golpe de cabeza a Evaristo.

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