domingo, 12 de abril de 2009

Relato quince. Lo que no puedo abarcar con mi mirada es invisible, pero no superior

—Sí, sí —dijo alegremente Silvia—, conteste, conteste.
—Bueno, es muy fácil, lo que no puedo abarcar con mi mirada es invisible, pero no superior. Lo que no puedo abarcar con mi imaginación es imposible, pero no superior; lo que no puedo medir con mi conocimiento es desconocido, pero no superior.
—¡Eh, macho, pareces un jefe indio hablando! —murmuró alguien.
—He aprendido mucho de los jefes indios —insistió Ricardo—. Lo que no puedo medir con mi cuerpo será psíquico o social, pero no superior.
—¿Y entonces —preguntó muy entusiasmada Josefina—, cuál es la respuesta?
—La respuesta de lo que nos humilla la tiene cada uno —dijo Rosi Provert mirándome a los ojos.
Entonces yo le pregunté, mientras dejaba caer mi mano sobre su brazo:
—¿Tú ya tienes tu respuesta?
—Sí —contestó ella con desparpajo—. Tú me haces sentir inferior.
—Entonces —dijo Walter—, lo que nos produce deseos nos hace sentir inferior.
Rosi puso su mano sobre mi mano y yo apreté su brazo con intención, y dije:
—Soy viejo para hacer el amor contigo, pero cuando concluyas tu terapéutico con Josefina, puedes, si todavía quieres tener algo conmigo, psicoanaliarte. Y tú, Evaristo, ¿qué haces que no dices nada?
—Me veo escribiendo mis versos sin escribir, y eso me entretiene.
Mientras decía esto, Evaristo comenzó a liar un porro, el Profesor invitó a llevar en su coche a Rosi y los dos se despidieron. Quedaban en la mesa Walter, Silvia y Carlos, conversando muy animadamente de eso de tener dos o tres mil deseos, Josefina, que había ido a por café, y Evaristo liando su cigarro.
Cuando regresó Josefina con el café, Evaristo se disponía a contar una historia de amor.
Hubo una vez un viejo profesor de Historia del Arte que se enamoró de una joven estudiante, y como ese amor lo avergonzaba, en lugar de hacer el amor con ella y rehacer su vida amorosa, la tuvo a la pobre señorita sin casarse con nadie y estudiando veinticinco años Historia del Arte. Ella llegó a ser muy famosa como historiadora y él murió antes de tiempo de un infarto por hostilidad contenida y represión sexual.
Los otros se quedaron como esperando que Evaristo siguiera la historia, pero Evaristo apagó la colilla de su cigarro, y mientras se levantaba de la silla le dijo a Josefina que se pasara mañana por su casa, que él esta noche contestaría la carta que ella había dejado en su máquina.

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