sábado, 18 de abril de 2009

Relato diecisiete. Rosi no contestó y ahora el Profesor la llevó directamente hasta la puerta de la casa


Rosi no contestó y ahora el Profesor la llevó directamente hasta la puerta de la casa.

Al llegar, Rosi Provert ni se bajaba del coche ni hablaba, el Profesor bajó del coche, dio toda la vuelta y abrió la puerta de Rosi, la tomó de una mano y la ayudó a bajar del coche. Y ése fue el momento que más cerca habían estado en toda la noche.

A menos de 20 centímetros de distancia, frente a frente, escuchando la respiración del otro, el temblor genital.
Rosi cerró los ojos y el Profesor besó de manera imperceptible sus labios, y ella sintió que todo se desgarraba en su ser. Tal vez fuera eso el amor, pensó para sus adentros, ¡qué locura!

—Nos vemos otro día y seguimos conversando —le dijo el Profesor, mientras ella abría el portal de su casa.
El Profesor estaba contento. Mientras manejaba, entonaba una melodía en italiano, La lingua d’amore, y, de vez en cuando, soltaba el volante para golpear una mano contra la otra y decir:

—¡Pero qué bien la vida que viene, pero qué bien!

Para Rosi Provert las cosas no eran tan sencillas, ni tan claras. Ella nunca había sentido esa inquietud en el bajo vientre.

Cuando él rozó sus labios, en la calle, casi se desmaya por las emociones encontradas que sintió en su pecho, en su cabeza, en sus piernas.

Se dejó caer en un sillón de la sala, pero sólo un instante, en seguida entró en el baño. Limpió cuidadosamente la bañera. Tiró, luego, espuma de baño y dejó correr el agua.

Antes de salir del baño miró su cara en el espejo. Se vio bella como nunca, soltó su pelo, salió del baño (todo lo hacía a un ritmo palpitante), puso Vivaldi en la minicadena que le había regalado su madre, y se descalzó.

Corrió descalza por el pasillo, se quitó la falda, se miró el culo en el espejo del pasillo y sintió que tenía un culito pequeño y delicado.

Distraída y ya desnuda, tratando de bailar la Consagración de la Primavera, volvió a la realidad con el ruido del agua saliendo de la bañera.

Corriendo hacia el baño para cerrar el agua se notó bellamente agitada y se imaginó estar corriendo de manera salvaje, en plena selva, una presa de amor.

Se zambulló en la bañera como si fuera en las orillas de un río espectacular de la selva amazónica.

Sintió reflejarse en el verde de la espuma sus propios ojos verdes y se dejó invadir por millones de peces de colores que, como sedas de Oriente, se posaban en su cuerpo, y algunos con ojos del Profesor y, aún, otros con los ojos de Evaristo y otros más, aún, con los ojos de Josefina, intentaban penetrarla.

Ella escapando de esos peces, por momentos, voraces de amor, y jugando con la verde espuma, descubrió sus pezones y le impresionó muchísimo, al tocárselos, que fueran tan sensibles, que produjeran tanto goce, y siguió un poco más, y apretó un poco, y mientras Vivaldi, esta vez, mataba a los gritos a todos los personajes, ella tuvo su orgasmo.

El primero y, así, de manera tan sencilla, se había establecido en ella la diferencia entre la vida y la muerte.

Mañana, en el hospital, comprendería, mucho mejor, a los locos.

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