viernes, 8 de mayo de 2009

Relato veintiuno. Josefina dormitaba y, de golpe, se sobresaltaba por algunas imágenes

Josefina dormitaba y, de golpe, se sobresaltaba por algunas imágenes donde ella, con un ímpetu desconocido, se quedaba un mes escribiendo y conseguía, por fin, entrar por los senderos del poema, y eso la hacía más feliz que tener éxito como profesional, que ya lo tenía y nada, en ella, calmaba o colmaba ese bien quehacer.
En los sueños donde ella triunfaba como escritora siempre estaba Evaristo al lado de ella. Esto mismo ya le había pasado con el psicoanálisis, cuando se veía triunfar en su carrera médica, siempre veía a su lado al Profesor.
No cabía ninguna duda, después de su marido y de su psicoanalista, era evidente que Josefina sentía haber conocido, por fin, el tercer hombre de su vida.
Sintió cómo se iban los que aún quedaban en su casa. Sintió cómo apagaban algunas luces. Escuchó las puertas de la casa al cerrarse. El ruido de las puertas de los automóviles y, luego, el ruido del motor y, alejándose, el ruido de los neumáticos sobre el camino de piedras.
Se quedó más tranquila, se incorporó en la cama, buscó en la mesilla de noche algún libro y tropezó con el cuaderno en el cual, todas las noches, trataba de escribir lo que había pasado durante el día, sin conseguirlo.
Se entusiasmó de tener un cuaderno entre sus manos. Pensó que podía intentar escribir. Inmediatamente pensó que mejor lo dejaba hasta que Evaristo le contestara su carta, mejor se dormía y así se tranquilizó.
Cuando Josefina estaba, aunque sin mucha convicción, tratando de dormirse, escuchó que alguien, claramente en el salón de su casa, hacía sonar al piano lo que ella, entre dormida, creyó escuchar magnífico sonido.
Se colocó una camisa en los hombros y fue a ver quién se había quedado en la casa y por qué estaba tocando el piano.
Su corazón latió apresuradamente pensando que a lo mejor Evaristo le había hecho esa broma.
Pero sólo fue un instante, Evaristo no tocaba el piano.
Ricardo, con entusiasmo, le daba a las teclas literalmente una paliza, tocaba como si fuera la última vez que lo haría.
Cuando entró Josefina al salón además de tocar, con voz de barítono, cantó Una furtiva lágrima.
Josefina sonrió para ella y se dijo:
Bueno, no está mal que sea Ricardo con quien tenga que hacer el amor, para ir pura, sin deseos, mañana a verlo a Evaristo.

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