domingo, 10 de mayo de 2009

Relato veintidos.

Ricardo no dejaba de tocar y cantaba ahora la Traviata con mucho sentimiento.
Ella se acercó al piano y se sentó encima del teclado, en el movimiento perdió la camisa y Ricardo no tuvo más reme-dio que ver esos pechos suyos, tan serenos, tan redondos, tan bien puestos en una mujer de su edad, y dejó de cantar para coger la camisa de Josefina del piso y colocársela de nuevo sobre los hombros.
Apretó suavemente sus manos en los dos hombros de Josefina y ella se dejó hacer, pero parecía menos decidida ahora a hacer el amor con Ricardo que cuando había entrado en el salón.
El salón le traía recuerdos de la noche.
Ricardo percibió algo inconsciente en ella, y le dijo:
—Entre los indios solíamos dormir juntos no para follar, sino simplemente para hacernos compañía. Y no es que yo sea exactamente un indio, pero si tú quieres, podemos dormir juntos.
La manera de proponérselo excitó a Josefina, que nunca terminaba de saber qué era lo que la excitaba de los hombres, del otro estaba loca por su escritura, el Profesor la volvía loca con sus palabras, y ahora éste la excitaba no tanto por la propuesta de dormir juntos, sino por la retórica de la propuesta.
De cualquier manera, ese no era momento para reflexionar lo que le pasaba con los hombres justo ahora que le estaba pasando, y prefirió dar ese paso atrás que él le pedía y, entonces, le dijo:
—Ven, vayamos al dormitorio, que estaremos más cómodos.
Ricardo se sentó sobre sus piernas al lado de la cama, ella se tumbó, literalmente, en la cama, dio suspiros, tres o cuatro, y dijo en voz alta, no tanto para Ricardo, sino para Evaristo:
—Así es la vida, aunque nadie la quiera vivir, así es la vida.
Ricardo, desde el suelo, con voz parsimoniosa, agradable, le dijo:
—Qué rara que es la vida ¿viste? Yo debo haber sido el único de los hombres de esta noche que no estaba en tu lista para dormir contigo, ¿viste? La vida es así.
Bueno, pensó Josefina para sus adentros, Ricardo no es ningún gilipollas, así que Evaristo y el Profesor hoy se pueden ir a la mierda y, contestándole a Ricardo:
—No vayas a creer que no he pensado en ti, pero también llegué a pensar que no sé si te interesaría hacer el amor con una mujer mayor que tú.
—Yo —devolvió Ricardo— había pensado que a toda una señora como tú no le gustaría dormir con un indio y encima hacer cosas de indios, en lugar de hacer el amor, acompañarse.
—Bueno —dijo Josefina riéndose—, en verdad no estamos hechos el uno para el otro.
—Menos mal —agregó Ricardo mientras se quitaba los zapatos y se tiraba él también en la cama.

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